PESADILLA EN ELM STREET: EL ORIGEN, de Samuel Bayer
PESADILLA EN ELM STREET: EL ORIGEN, de Samuel Bayer: "
Por mi antiguo colegio corría la leyenda urbana de uno (uno que va...), al que el figurante que por entonces daba vida al personaje de Freddy en la atracción de 'El pasaje del terror' le rasgó la camisa involuntariamente. El susodicho, y dado que la camisa era recién estrenada, no se le ocurrió otra cosa que liarse a mamporro limpio con el disfrazado, ignorando miedo y garra mediante.
Me recordó porque fue, justamente esa y no otra, la sensación con la que abandoné la sala tras esta moderna revisión de la clásica saga que comenzase Wes Craven en el 84, al que siguieron otras siete más a cual mejor, y todo un 'Freddy vs. Jason'. Lo último es esta especie de precuela para continuar con el horror, pero en cuanto al cine de calidad se refiere.
Lo primero denunciable (y miren que hay), es el volumen de los sustitos. Mientras coinciden los espectadores en el aire, impulsados por el tremendo estruendo, comentan ¿joder, se han vuelto locos o qué? Los decibelios son tan exorbitantes que incomodan, y asustan, claro, pero no por una atmósfera inquietante que llega a su culminación, sino por un volumen absolutamente demencial. ¿Cuándo entenderá el cine norteamericano de terror adolescente que por subir el volumen no infundas más miedo? ¿Cuándo entenderán que la atmósfera y suspense calan más que los chillidos histéricos?
Y luego está el esencial asunto de la necesidad de esta entrega. ¿Origen? En absoluto. La rancia explicación de quién era el protagonista de las pesadillas con el sombrerico y el suéter hediondo a rayas ya se vio en otras muchas entregas, y mejor reflejado.
La idea original contenía además ese atrincheramiento de los adolescentes que pagaban los errores de unos mayores que les mentían. Esa idea de empatía generacional los aunó en la taquilla de entonces como los botellones de ahora; pero esta revisión moderna es mucho más seca y menos transmisora de nada que no sea una burda copia de cosas ya mil veces vistas. Ni siquiera la solución de sacar al malo al mundo real resulta original, también se vio en casi todas las entregas.
En el pupitre de al lado vieron la secuencia de la adolescente en la bañera con las piernas abiertas y la garra por medio, una jeringuilla de adrenalina clavada en el corazón a lo Pulp Fiction (no hay nada como no tener vergüenza), una niña en la cama clavada a lo 'El exorcista', farolillos en la penumbra, carnaza y escotes a espuertas, modelitos en ropa interior buscando a su perro Rufus, fábricas de fundición, dos protagonistas pálidos y ojerosos frente a la adversidad (menuda crepusculada), jueguecitos con los espejitos de los muebles de baño... etc. Copiaron lo que ya de por sí era regulero y el suspenso estaba garantizado.
Su máxima aportación resulta intercalar búsquedas en Internet, Red Bull publicitado para mantener el insomnio, y un nuevo actor de mentón simiesco encarnando al quemado personaje protagonista, que no impresiona ni la mitad que aquel mítico Robert Englund.
En definitiva, una innecesaria revisión completamente inútil, desagradable en su volumen ofensivo, pueril, rancia, plagiada, seca, sobreactuada y, en general, repelente. De lo peor que se puede ver hoy en día, y ya es decir. Como para no estar de uñas.
Ver Galería: 4 imágenes »
# Enlace Permanente"
Entramos a ver si esta revisión barata tenía algo de 'garra'. Salimos más escaldados y con más estrés que aquel que dicen no tener los bancos pero sí los contribuyentes...
Por mi antiguo colegio corría la leyenda urbana de uno (uno que va...), al que el figurante que por entonces daba vida al personaje de Freddy en la atracción de 'El pasaje del terror' le rasgó la camisa involuntariamente. El susodicho, y dado que la camisa era recién estrenada, no se le ocurrió otra cosa que liarse a mamporro limpio con el disfrazado, ignorando miedo y garra mediante.
Me recordó porque fue, justamente esa y no otra, la sensación con la que abandoné la sala tras esta moderna revisión de la clásica saga que comenzase Wes Craven en el 84, al que siguieron otras siete más a cual mejor, y todo un 'Freddy vs. Jason'. Lo último es esta especie de precuela para continuar con el horror, pero en cuanto al cine de calidad se refiere.
Lo primero denunciable (y miren que hay), es el volumen de los sustitos. Mientras coinciden los espectadores en el aire, impulsados por el tremendo estruendo, comentan ¿joder, se han vuelto locos o qué? Los decibelios son tan exorbitantes que incomodan, y asustan, claro, pero no por una atmósfera inquietante que llega a su culminación, sino por un volumen absolutamente demencial. ¿Cuándo entenderá el cine norteamericano de terror adolescente que por subir el volumen no infundas más miedo? ¿Cuándo entenderán que la atmósfera y suspense calan más que los chillidos histéricos?
Y luego está el esencial asunto de la necesidad de esta entrega. ¿Origen? En absoluto. La rancia explicación de quién era el protagonista de las pesadillas con el sombrerico y el suéter hediondo a rayas ya se vio en otras muchas entregas, y mejor reflejado.
La idea original contenía además ese atrincheramiento de los adolescentes que pagaban los errores de unos mayores que les mentían. Esa idea de empatía generacional los aunó en la taquilla de entonces como los botellones de ahora; pero esta revisión moderna es mucho más seca y menos transmisora de nada que no sea una burda copia de cosas ya mil veces vistas. Ni siquiera la solución de sacar al malo al mundo real resulta original, también se vio en casi todas las entregas.
En el pupitre de al lado vieron la secuencia de la adolescente en la bañera con las piernas abiertas y la garra por medio, una jeringuilla de adrenalina clavada en el corazón a lo Pulp Fiction (no hay nada como no tener vergüenza), una niña en la cama clavada a lo 'El exorcista', farolillos en la penumbra, carnaza y escotes a espuertas, modelitos en ropa interior buscando a su perro Rufus, fábricas de fundición, dos protagonistas pálidos y ojerosos frente a la adversidad (menuda crepusculada), jueguecitos con los espejitos de los muebles de baño... etc. Copiaron lo que ya de por sí era regulero y el suspenso estaba garantizado.
Su máxima aportación resulta intercalar búsquedas en Internet, Red Bull publicitado para mantener el insomnio, y un nuevo actor de mentón simiesco encarnando al quemado personaje protagonista, que no impresiona ni la mitad que aquel mítico Robert Englund.
En definitiva, una innecesaria revisión completamente inútil, desagradable en su volumen ofensivo, pueril, rancia, plagiada, seca, sobreactuada y, en general, repelente. De lo peor que se puede ver hoy en día, y ya es decir. Como para no estar de uñas.
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