Cómo se hace una novela - Miguel de Unamuno
Cómo se hace una novela - Miguel de Unamuno: "
Hace ya casi un siglo que vio la luz en Francia el primero esbozo de este libro, que Miguel de Unamuno traduciría y reescribiría un par de años más tarde, conformado así un peculiar adelanto de lo que el postmodernismo y corrientes ulteriores han alardeado de inventar. Si Galdós ya introducía en sus obras el monólogo interior casi cuarenta años antes de que Joyce, Woolf y compañía emprendiesen sus periplos narrativos, Unamuno hace algo similar con la novela que se mira a sí misma: con la metanovela.
Porque olvídense de las tramas y los personajes, de las historias y las acciones: en “Cómo se hace una novela” lo que el ilustre escritor pretende es crear un manual de uso, una suerte de diario autobiográfico que se escape a las limitaciones estético-temporales del dietario y abra nuevos caminos a la expresión en prosa. Así lo reconoce el propio Unamuno en el texto: «[...] hacer comentarios es hacer historia. Como escribir contando cómo se hace una novela es hacerla. ¿Es más que una novela la vida de cada uno de nosotros? ¿Hay novela más novelesca que una autobiografía?»
Anticipándose algunas décadas a la teoría de la recepción, don Miguel confía en su instinto para crear una obra que amalgama todo lo posible: novela, autobiografía, diario, ensayo y hasta poesía; y sabiendo, además, que lo importante de esa obra no será su género, indeterminado y mutante, sino lo que de ella extraiga el lector. A quien, por cierto, interpela una y otra vez, instándole a formar parte activa de esa construcción que él mismo está llevando a cabo mientras escribe. Para el autor no hay elemento más importante que un lector activo, un lector que no espere historias con finales exactos ni personajes con las ideas claras, sino que haga de la novela, de la obra un asunto propio, que la aborde como una manera de hallar la verdad: su verdad, su interpretación de las cosas, su sentido de la existencia.
Quizá por eso “Cómo se hace una novela”, pese a pretender sustentarse en una trama (la de un personaje, U. Jugo de la Raza, que compra una novela en la que se anuncia su propia muerte), se evade constantemente de cualquier corsé y se multiplica, se expande hacia el infinito debido a los múltiples excursos de Unamuno; excursos en los que da rienda suelta a muchas de sus preocupaciones y que acaban por constituir el verdadero meollo de la obra. Hablará de la situación política española de la época, de la obsesión por la muerte, de la confrontación entre arte y verdad, de la ambigua relación entre el autor y el personaje (y, por ende, entre la realidad y la ficción), del tiempo…
Y todo ello porque don Miguel consideraba la novela —el texto— como un ente cambiante, algo vivo y mutable:
De ahí que esta novela (por ajustarnos a la denominación que el mismo autor le otorgó) sea mucho más que una novela. En ella se hallan preocupaciones, deseos, miedos, esperanzas, reflexiones, ideas, filosofías, sueños y hasta enfados; como la vida, la novela de un hombre refleja su manera de existir. Unamuno sabía todo esto bastante tiempo antes de que muchos estudiosos (y pseudoestudiosos, por no decir oportunistas) creyeran encontrar el Santo Grial de la narrativa afirmando que el texto es mutación y vayan ustedes a saber cuántas otras majaderías.
Y es que ya decía Galdós que «doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela». ¿Qué más se puede añadir?
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Hace ya casi un siglo que vio la luz en Francia el primero esbozo de este libro, que Miguel de Unamuno traduciría y reescribiría un par de años más tarde, conformado así un peculiar adelanto de lo que el postmodernismo y corrientes ulteriores han alardeado de inventar. Si Galdós ya introducía en sus obras el monólogo interior casi cuarenta años antes de que Joyce, Woolf y compañía emprendiesen sus periplos narrativos, Unamuno hace algo similar con la novela que se mira a sí misma: con la metanovela.
Porque olvídense de las tramas y los personajes, de las historias y las acciones: en “Cómo se hace una novela” lo que el ilustre escritor pretende es crear un manual de uso, una suerte de diario autobiográfico que se escape a las limitaciones estético-temporales del dietario y abra nuevos caminos a la expresión en prosa. Así lo reconoce el propio Unamuno en el texto: «[...] hacer comentarios es hacer historia. Como escribir contando cómo se hace una novela es hacerla. ¿Es más que una novela la vida de cada uno de nosotros? ¿Hay novela más novelesca que una autobiografía?»
Anticipándose algunas décadas a la teoría de la recepción, don Miguel confía en su instinto para crear una obra que amalgama todo lo posible: novela, autobiografía, diario, ensayo y hasta poesía; y sabiendo, además, que lo importante de esa obra no será su género, indeterminado y mutante, sino lo que de ella extraiga el lector. A quien, por cierto, interpela una y otra vez, instándole a formar parte activa de esa construcción que él mismo está llevando a cabo mientras escribe. Para el autor no hay elemento más importante que un lector activo, un lector que no espere historias con finales exactos ni personajes con las ideas claras, sino que haga de la novela, de la obra un asunto propio, que la aborde como una manera de hallar la verdad: su verdad, su interpretación de las cosas, su sentido de la existencia.
Quizá por eso “Cómo se hace una novela”, pese a pretender sustentarse en una trama (la de un personaje, U. Jugo de la Raza, que compra una novela en la que se anuncia su propia muerte), se evade constantemente de cualquier corsé y se multiplica, se expande hacia el infinito debido a los múltiples excursos de Unamuno; excursos en los que da rienda suelta a muchas de sus preocupaciones y que acaban por constituir el verdadero meollo de la obra. Hablará de la situación política española de la época, de la obsesión por la muerte, de la confrontación entre arte y verdad, de la ambigua relación entre el autor y el personaje (y, por ende, entre la realidad y la ficción), del tiempo…
Y todo ello porque don Miguel consideraba la novela —el texto— como un ente cambiante, algo vivo y mutable:
Una ficción de mecanismo, mecánica, no es ni puede ser novela. Una novela, para ser viva, para ser vida, tiene que ser, como la vida misma, organismo y no mecanismo. [...] El relojero, que es un mecánico, puede levantar la tapa del reló para que el cliente vea la maquinaria, pero el novelista no tiene que levantar nada para que el lector sienta la palpitación de las entrañas del organismo vivo de la novela, que son las entrañas mismas del novelista, del autor. Y las del lector identificado con él por la lectura.
De ahí que esta novela (por ajustarnos a la denominación que el mismo autor le otorgó) sea mucho más que una novela. En ella se hallan preocupaciones, deseos, miedos, esperanzas, reflexiones, ideas, filosofías, sueños y hasta enfados; como la vida, la novela de un hombre refleja su manera de existir. Unamuno sabía todo esto bastante tiempo antes de que muchos estudiosos (y pseudoestudiosos, por no decir oportunistas) creyeran encontrar el Santo Grial de la narrativa afirmando que el texto es mutación y vayan ustedes a saber cuántas otras majaderías.
Y es que ya decía Galdós que «doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela». ¿Qué más se puede añadir?
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