Todo lo que tengo lo llevo conmigo – Herta Müller

Todo lo que tengo lo llevo conmigo – Herta Müller: "
En enero de 1945, la mayoría de alemanes de entre 17 y 45 años que vivían en Rumanía fueron deportados a campos de trabajo rusos, obligados a colaborar en la reconstrucción de la Unión Soviética tras la guerra como revancha por los excesos del régimen nazi. Basándose en conversaciones con el poeta Oskar Pastior y otros supervivientes de aquellos acontecimientos, Herta Múller ha construido un libro soberbio, inteligente, sutilmente emotivo y absolutamente hermoso.

La novela está dividida en fragmentos muy breves, representando así los recuerdos de Leopold Auberg, protagonista y narrador en primera persona de los mismos. Estos fragmentos dibujan con nitidez la penuria de la vida en el campo, donde los deportados sufrían hambre, frío, enfermedad y maltratos mientras eran obligados a trabajar durísimas jornadas en peligrosas labores. Pero sobre todo reflejan, en oposición o como contraste a esa miseria colectiva, la manera particular en que un ser humano se enfrenta al horror y la propia degradación cuando estos se vuelven cotidianos.

Todo lo que tengo lo llevo conmigo es una muy personal visión de un infierno compartido por muchos, pero convertido para siempre en el universo vital de un individuo. La narración pone de manifiesto la ignominia de la vida en el campo, pero sobre todo evidencia cómo esa realidad afecta a un sujeto concreto: a su pasado, a su futuro, a su cuerpo y a su mente.

La idea de esa individualidad precisa la remarca Müller con una prosa llena de símbolos que aluden a una personalidad nada vulgar, irreductible aun cuando se la encierre en un campo de concentración y se la designe con un número. Cada frase de la novela bien podría ser un verso, y la poesía es capaz de alterar la faz de la realidad. Ese es el mérito de Todo lo que tengo lo llevo conmigo: a pesar de las atrocidades que nos plantea es un texto de una hermosura inconmensurable e inquietante, de modo que el horror pasa ante nuestras retinas mientras estamos embelesados por la forma en que Leopold nos lo narra.

De ahí el definir éste como un libro inteligente: a pesar de su temática no es un libro duro, descarnado, sino una novela que rezuma poesía. En ella se envuelve el amargor de cinco años de hambre y trabajos forzados en imágenes sorprendentes que no restan un ápice de crudeza, pero derriten la frialdad de lo que de otra manera podría convertirse en un mero listado de monstruosidades.

Pero Müller consigue que la voz de Leopold Auberg preste un timbre único a la narración: la hace atractiva en cuanto la vuelve singular, al describir un modo concreto de enfrentarse (y evadirse) de la realidad del campo; un modo concreto de comprender cómo esa realidad marcó de por vida una existencia; un modo concreto de nombrar cada objeto, sujeto, sentimiento y pensamiento que el campo albergó o generó.

Y por esa prosa cautivadora y la manera de tratar una (otra) de esas horribles páginas que el ser humano se empeña en escribir, Todo lo que tengo lo llevo conmigo merece una especial atención. Una atención que estoy segura de que perdurará en el tiempo, convirtiendo esta obra en un referente.

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