La mujer sentada - Guillaume Apollinaire
La mujer sentada - Guillaume Apollinaire: "
“La mujer sentada” es una obra nacida de la unión de dos pequeñas historias dispares, pero que ensamblan a la perfección, y que Guillaume Apollinaire unió en una novela, logrado reflejo de la bohemia de Montparnasse amenazada por la I Guerra Mundial.
Las historias resultan, como digo, bastante diferentes entre sí: por un lado, Apollinaire narra la vida de la joven Elvire Goulot, una vividora que se dedica a pintar caballos, dejarse amar por los hombres y amar a las mujeres en el París de la Gran Guerra. Por otro se nos presenta a Pamela Monsenergues, abuela de la propia Elvire, quien, a mediados del siglo XIX, había dejado Francia para unirse a la incipiente comunidad mormona de Utah.
Las historias de Elvire y de Pamela se entremezclan y suceden en la narración. Pero, mientras que para la primera Apollinaire se vale de un narrador vivaz que glosa las excelencias del París de la retaguardia, tomada la ciudad por el frenesí de disfrutar lo que se sabe que ya no puede durar; para la segunda usa un tono casi épico que narra la aventura de los fundadores de Salt Lake City y su lucha por ganar prosélitos.
Pero el nexo que une ambas historias no se queda en algo tan superficial como el parentesco que une a las dos protagonistas de la historia. De hecho, Pamela no tiene, como personaje, el peso de Elvire, y su importancia radica en que actúa como inspiradora de ésta. La aventura de Pamela entre los mormones da pie a un cambio en la vida de Elvire, e invita al lector a reflexionar sobre la nueva dimensión que el siglo XX otorgaba a la mujer. Y esa reflexión supone la verdadera esencia de “La mujer sentada”.
Pero la historia de su abuela, sin embargo, invitará a Elvire a plantearse una poligamia a la inversa. Puesto que la guerra se ha llevado a los hombres al frente, la mujer disfruta en la retaguardia de una libertad sin límites. Puede trabajar y moverse sin cortapisas y, lo que es mejor, puede amar con total libertad. De modo que Elvire se gana la vida por sí misma y mantiene un harén de hombres a su disposición. Y para que su poligamia sea por completo opuesta a la proclamada por los mormones, Elvire pone buen cuidado en no engendrar ninguna progenie.
De modo que con “La mujer sentada”, Apollinaire rindió tributo a la mujer que nació con el siglo XX: una mujer libre, que comenzaba a ser dueña de sí por primera vez en siglos, precisamente en una sociedad donde el hombre perdía su poder, y su valor era únicamente el de una mercancía que se sacrificaba sin demasiada preocupación en el campo de batalla.
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“La mujer sentada” es una obra nacida de la unión de dos pequeñas historias dispares, pero que ensamblan a la perfección, y que Guillaume Apollinaire unió en una novela, logrado reflejo de la bohemia de Montparnasse amenazada por la I Guerra Mundial.
Las historias resultan, como digo, bastante diferentes entre sí: por un lado, Apollinaire narra la vida de la joven Elvire Goulot, una vividora que se dedica a pintar caballos, dejarse amar por los hombres y amar a las mujeres en el París de la Gran Guerra. Por otro se nos presenta a Pamela Monsenergues, abuela de la propia Elvire, quien, a mediados del siglo XIX, había dejado Francia para unirse a la incipiente comunidad mormona de Utah.
Las historias de Elvire y de Pamela se entremezclan y suceden en la narración. Pero, mientras que para la primera Apollinaire se vale de un narrador vivaz que glosa las excelencias del París de la retaguardia, tomada la ciudad por el frenesí de disfrutar lo que se sabe que ya no puede durar; para la segunda usa un tono casi épico que narra la aventura de los fundadores de Salt Lake City y su lucha por ganar prosélitos.
Pero el nexo que une ambas historias no se queda en algo tan superficial como el parentesco que une a las dos protagonistas de la historia. De hecho, Pamela no tiene, como personaje, el peso de Elvire, y su importancia radica en que actúa como inspiradora de ésta. La aventura de Pamela entre los mormones da pie a un cambio en la vida de Elvire, e invita al lector a reflexionar sobre la nueva dimensión que el siglo XX otorgaba a la mujer. Y esa reflexión supone la verdadera esencia de “La mujer sentada”.
Pues hoy en día las mujeres sienten su importancia única como guardianas de la vida social. Dentro o fuera del matrimonio, no soportan ya sino con impaciencia el yugo viril, quieren ser dueñas del porvenir del hombre y, dejando de lado la sumisión, tienen desde ahora el gusto por la libertad, pues, para salvar la raza humana, es muy preciso que la mujer tenga las manos libres.Y es que la aventura de Pamela en Salt Lake City, donde se casa con un mormón, al que acabará abandonando por un danita, es la excusa de la que se sirve el autor para hablar de la idea de la poligamia. En labios de los mormones, la poligamia se presenta como un mandato de divino, al ser la forma de que un único hombre engendre una progenie bíblica. Es decir, la poligamia es un beneficio sólo a disposición del varón, quien disfrutará de las ventajas de un harén a cambio de proteger y proporcionar un hogar a cuantas mujeres pueda mantener.
Pero la historia de su abuela, sin embargo, invitará a Elvire a plantearse una poligamia a la inversa. Puesto que la guerra se ha llevado a los hombres al frente, la mujer disfruta en la retaguardia de una libertad sin límites. Puede trabajar y moverse sin cortapisas y, lo que es mejor, puede amar con total libertad. De modo que Elvire se gana la vida por sí misma y mantiene un harén de hombres a su disposición. Y para que su poligamia sea por completo opuesta a la proclamada por los mormones, Elvire pone buen cuidado en no engendrar ninguna progenie.
De modo que con “La mujer sentada”, Apollinaire rindió tributo a la mujer que nació con el siglo XX: una mujer libre, que comenzaba a ser dueña de sí por primera vez en siglos, precisamente en una sociedad donde el hombre perdía su poder, y su valor era únicamente el de una mercancía que se sacrificaba sin demasiada preocupación en el campo de batalla.
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