Tony Curtis, un hombre de muchos y variados talentos que pagó caro sus excesos


Tony Curtis, un hombre de muchos y variados talentos que pagó caro sus excesos: "
DIANA SÁNCHEZ / ATLAS
Una necrológica algo cursi diría que se han cerrado para siempre los ojos más bonitos del cine, ya que Paul Newman, su gran rival en 'miradas bonitas', murió otro septiembre de hace dos años.
Pero Tony Curtis era mucho más que una cara bonita, mucho más que ese anciano con aspecto abotargado y decadente que se dejaba ver ocasionalmente durante los últimos años. Tony Curtis fue uno de los grandes actores de la época dorada de Hollywood, cuando la competencia era mucha y sobraba el talento.
Bernard Schwartz, que era como se llamaba realmente, se curtió, según los cánones, como buen secundario en papeles con Robert Siodmak (El abrazo de la muerte) o Anthony Mann (Winchester 73). Después alguien cayó en la cuenta de que ese chico del Bronx, de origen húngaro, tenía una cara con ángel y que se merecía papeles de mayor entidad.
Su primer gran éxito fue El gran Houdini (1953), donde conoció a la primera de sus seis esposas y la más famosa, la actriz Janet Leigh, madre de las actrices Jamie Lee y Kelly Curtis . Ahí arrancó una larga e irregular carrera fílmica, que en un principio se acompañó de una controladísima exposición mediática. En aquella época, donde los grandes estudios manejaban con pulso firme la imagen que proyectaban sus estrellas era fácil ver a Tony Curtis posando en su cocina con Janet, en alguna revista femenina o de cine.
Y tras el revuelo que su matrimonio con Janet provocó, empezaron a sucederse los éxitos. Es la década de los 50 y es la época de Fugitivos, Chantaje en Broadway, Los vikingos, Operación pacífico... y de una película que marcaría para siempre el recuerdo que de él tienen los cinéfilos: Con faldas y a lo loco.
Del rodaje de aquella película, su director, Billy Wilder, recordaría años más tarde los apuros que pasaba el tímido Curtis, travestido de mujer, durante las pausas para comer. Mientras Jack Lemmon, su coprotagonista, se exhibía risueño con medias y tacones, Curtis, cohibido, buscaba refugio en su camerino. Gracias al parlanchín Wilder trascendió también una de las grandes pasiones de Curtis: la pintura, a la que aplicaba sus grandes dotes para la imitación. Al parecer Curtis podía copiar casi a cualquier maestro con resultados brillantes.
Esta excepcional capacidad de imitación era también uno de los mejores recursos interpretativos de Curtis. Fue vox populi que para su encarnación del millonario heredero de Shell en Con faldas y a lo loco, Curtis hizo algo más que inspirarse en Cary Grant, con el que coincidiría en Operación Pacífico. Agradecido por el indisimulado homenaje, Grant declaró: 'Tony Curtis es capaz de imitar a Cary Grant mejor que yo'.
Después hubo tiempo para otros grandes títulos: Espartaco, El gran impostor, La carrera del siglo... y para muchas otras fiestas, adicciones y matrimonios, hasta su último gran éxito: El estrangulador de Boston. Era 1968 y la época dorada de Curtis decaía al ritmo que lo hacía Hollywood.
Ya cuando su imagen se asociaba a la de un atractivo madurito venido a menos llegó a España para rodar The Last of Philip Banter (1988), de Hervé Hachuel, y a punto estuvo de convertirse en propietario de un palacete frente al madrileño parque de El Retiro.
La operación inmobiliaria no prosperó y Curtis regresó a Hollywood para seguir encadenando viajes, borracheras, esposas, películas que no lo merecían, y, en los últimos años, para escándalo de sus fans, desastrosas operaciones de cirugía estéticas. Suerte que las estrellas como él cuentan con imperecederas colecciones en DVD con lo mejor de su filmografía.



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