El negacionismo
El negacionismo: "
No son muchos, pero existen: algunos “historiadores” (las comillas no son gratuitas), de marcado carácter revisionista, vienen negando el Holocausto desde hace décadas. Pero que sean pocos no es óbice para ocultar la realidad de que, en ciertos ámbitos, se tiene por seguro que la denominada “Solución Final” no existió. Que no hubo ningún proyecto milimétricamente planeado para asesinar a millones de personas. Que en los campos de concentración no hubo cámaras de gas.
No podemos decir que el Negacionismo haya ganado fuerza en los últimos tiempos: sigue siendo una corriente historiográfica (por llamarla de alguna forma) muy minoritaria, radicada sobre todo en la ultraderecha europea y estadounidense y en los círculos islamistas. Fue precisamente Radio Islam, otrora una emisora escandinava y en la actualidad una página web con miles de visitas diarias, una de las más firmes promotoras de la negación del Holocausto. Pero el Negacionismo ha salpicado, si se me permite la expresión, a varios intelectuales reputados de todo el mundo, el menor de los cuales no es precisamente Noam Chomsky. El que es uno de los grandes filósofos y lingüistas de nuestros tiempos fue acusado de colaborar con las posiciones que niegan el Holocausto después de su defensa de la libertad de expresión en torno al caso Faurisson. Robert Faurisson publicó en 1979 un artículo (que luego generaría un libro) en el que defendía posturas negacionistas, tras lo cual fue expulsado de su puesto como analista de textos en la Universidad de Lyon basándose en la legislación francesa que condena cualquier menoscabo público de los crímenes de guerra nazis (algo que es común en gran parte del continente europeo). Chomsky, en virtud del derecho fundamental de la libertad de expresión, se manifestó en contra de las sanciones a Faurisson, lo que desencadenó un cruce de acusaciones por parte de intelectuales y críticos de todo el planeta, que tildaron a Chomsky de antisemita. Tema peliagudo, desde luego, dado que las legislaciones europeas son, en sí mismas, un lastre a la tan cacareada libertad de expresión desde el mismo momento en que, y dependiendo del país, condenan la propaganda nazi, la exhibición de sus símbolos, la revisión de la historia “oficial”, etc., hasta el ridículo punto de que, por ejemplo, el logotipo representativo de la famosa banda de rock Kiss está prohibido en Alemania y Austria debido a la similitud (sospechosa similitud) de las dos eses de su nombre con el infausto símbolo rúnico de las SS.
En irónica contraposición al caso de Salman Rushdie, grupos radicales judíos pusieron precio a la cabeza de Farisson, que finalmente fue brutalmente golpeado en 1989 en Francia, pero las agresiones, de mayor o menor importancia, lo han acompañado estas últimas tres décadas allá donde iba para difundir sus posturas en conferencias y demás. No es, desde luego, el único que ha publicado artículos y libros que defienden este tipo de revisionismo: los hay de todo tipo, siendo particularmente interesantes, desde el punto de vista sociológico más que histórico, los que pretenden rehabilitar la figura de Adolf Hitler quitándole peso específico, a veces hasta la nulidad, en las responsabilidades de la Solución Final. Según esos “historiadores”, Hitler no sólo no fue el principal responsable de uno de los mayores genocidios de la historia (y de largo el más publicitado y documentado), sino que, en esencia, no sabía nada. Algunos han llevado su descaro un punto más lejos, presentando documentación, obviamente descontextualizada, que convierte a Adolf Hitler como por arte de magia en un defensor de la causa judía.
Algunos famosos autores negacionistas, cuyas obras se pueden encontrar fácilmente en eBay y en librerías afines al revisionismo histórico, que haberlas haylas tanto en España como en Latinoamérica, serían Paul Rassinier, Harry Elmer Barnes, el argentino Norberto Ceresole, Léon Degrelle (el nazi “español” más famoso) o, sobre todo, el popular y siempre polémico historiador inglés David Irving.
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No son muchos, pero existen: algunos “historiadores” (las comillas no son gratuitas), de marcado carácter revisionista, vienen negando el Holocausto desde hace décadas. Pero que sean pocos no es óbice para ocultar la realidad de que, en ciertos ámbitos, se tiene por seguro que la denominada “Solución Final” no existió. Que no hubo ningún proyecto milimétricamente planeado para asesinar a millones de personas. Que en los campos de concentración no hubo cámaras de gas.
No podemos decir que el Negacionismo haya ganado fuerza en los últimos tiempos: sigue siendo una corriente historiográfica (por llamarla de alguna forma) muy minoritaria, radicada sobre todo en la ultraderecha europea y estadounidense y en los círculos islamistas. Fue precisamente Radio Islam, otrora una emisora escandinava y en la actualidad una página web con miles de visitas diarias, una de las más firmes promotoras de la negación del Holocausto. Pero el Negacionismo ha salpicado, si se me permite la expresión, a varios intelectuales reputados de todo el mundo, el menor de los cuales no es precisamente Noam Chomsky. El que es uno de los grandes filósofos y lingüistas de nuestros tiempos fue acusado de colaborar con las posiciones que niegan el Holocausto después de su defensa de la libertad de expresión en torno al caso Faurisson. Robert Faurisson publicó en 1979 un artículo (que luego generaría un libro) en el que defendía posturas negacionistas, tras lo cual fue expulsado de su puesto como analista de textos en la Universidad de Lyon basándose en la legislación francesa que condena cualquier menoscabo público de los crímenes de guerra nazis (algo que es común en gran parte del continente europeo). Chomsky, en virtud del derecho fundamental de la libertad de expresión, se manifestó en contra de las sanciones a Faurisson, lo que desencadenó un cruce de acusaciones por parte de intelectuales y críticos de todo el planeta, que tildaron a Chomsky de antisemita. Tema peliagudo, desde luego, dado que las legislaciones europeas son, en sí mismas, un lastre a la tan cacareada libertad de expresión desde el mismo momento en que, y dependiendo del país, condenan la propaganda nazi, la exhibición de sus símbolos, la revisión de la historia “oficial”, etc., hasta el ridículo punto de que, por ejemplo, el logotipo representativo de la famosa banda de rock Kiss está prohibido en Alemania y Austria debido a la similitud (sospechosa similitud) de las dos eses de su nombre con el infausto símbolo rúnico de las SS.
En irónica contraposición al caso de Salman Rushdie, grupos radicales judíos pusieron precio a la cabeza de Farisson, que finalmente fue brutalmente golpeado en 1989 en Francia, pero las agresiones, de mayor o menor importancia, lo han acompañado estas últimas tres décadas allá donde iba para difundir sus posturas en conferencias y demás. No es, desde luego, el único que ha publicado artículos y libros que defienden este tipo de revisionismo: los hay de todo tipo, siendo particularmente interesantes, desde el punto de vista sociológico más que histórico, los que pretenden rehabilitar la figura de Adolf Hitler quitándole peso específico, a veces hasta la nulidad, en las responsabilidades de la Solución Final. Según esos “historiadores”, Hitler no sólo no fue el principal responsable de uno de los mayores genocidios de la historia (y de largo el más publicitado y documentado), sino que, en esencia, no sabía nada. Algunos han llevado su descaro un punto más lejos, presentando documentación, obviamente descontextualizada, que convierte a Adolf Hitler como por arte de magia en un defensor de la causa judía.
Algunos famosos autores negacionistas, cuyas obras se pueden encontrar fácilmente en eBay y en librerías afines al revisionismo histórico, que haberlas haylas tanto en España como en Latinoamérica, serían Paul Rassinier, Harry Elmer Barnes, el argentino Norberto Ceresole, Léon Degrelle (el nazi “español” más famoso) o, sobre todo, el popular y siempre polémico historiador inglés David Irving.
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