Letras en peligro de extinción
Letras en peligro de extinción: "
Ya hablé en otro post de la letra eñe y de algunas de sus características, desmontando el mito de que es exclusiva de la lengua española. Afortunadamente para todos, nuestra querida eñe, que ya intentó ser defenestrada por las autoridades comunitarias (sin mucho éxito), goza de una salud envidiable: no sólo es impensable su desaparición de nuestro alfabeto, sino que se ha convertido en el símbolo por antonomasia de los millones de hablantes de nuestro idioma en todo el mundo. No corren la misma suerte otras letras.
Así, dos de ellas fueron degradadas en 1994 durante el X Congreso de Academias de la Lengua Española, en Madrid. Tanto la elle (“Ll”) como la che (“Ch”) fueron expulsadas entonces de forma definitiva del alfabeto, aunque han seguido siendo consideradas letras del idioma español justo hasta hace unos días. El caso de estos dos dígrafos es particular dentro de nuestro abecedario, desde luego: la elle, por ejemplo, no apareció como letra hasta la cuarta edición del Diccionario de la Real Academia, en 1803, por lo que no llegó a los dos siglos de implantación. Sin embargo, para muchos de los que memorizamos hace años nuestro alfabeto, la che y la elle son letras imprescindibles, aunque (o quizás debido a que) las nuevas generaciones de alumnos no vayan a estar tan familiarizadas con ellas.
El nuevo órdago de la RAE, más allá de la “expulsión” de che y elle, está trayendo cola: si ya hace tiempo que la letra “i latina” abandonó su apellido para ser conocida simplemente como “i”, ahora le llega el turno a su prima helénica, aprobándose el cambio de denominación de la “i griega”, que pasará a llamarse exclusivamente “ye”. El cambio de nomenclatura afecta también a otras letras, y tiene por objetivo el que cada una de ellas tenga un solo nombre, sea el país que sea. No entiendo demasiado este cambio: no todas las letras de nuestro alfabeto se llamaban igual en todos los países de habla hispana, siendo especialmente llamativos los ejemplos de la be y la uve, que eran llamadas, respectivamente, be grande, be larga o be alta y ve, ve chica, ve corta y ve baja dependiendo del país. También hay gente que a la erre la llama “ere” (yo mismo lo hago, para diferenciarla del dígrafo “Rr”). Todo esto ha cambiado ahora: muchos hispanoamericanos tendrán que adaptarse ahora a las denominaciones “be” y “uve”, mientras que en España haremos lo propio con la “ye”. ¿De verdad molestaban estas denominaciones?
No son los únicos cambios polémicos: me gustaría que cualquier académico me explicara por qué es más correcto escribir Catar que Qatar, o por qué “guión” pasa a ser obligatoriamente “guion” si yo percibo en esta palabra claramente un hiato. Lo de las tildes diacríticas en los demostrativos o en el adverbio “sólo” tampoco es muy comprensible: ¿debemos dejar de usarlas aunque haya ambigüedad y se pueda inducir al error?
Muchas son las voces que se alzan tras cada Congreso o nueva edición del DRAE en contra de los designios de los académicos, pero difícilmente podrán enojar más que ahora a una buena parte de la población en años venideros, o al menos eso espero. Yo, por lo pronto, seguiré llamando “i griega” a la “y” y escribiendo quórum en vez de cuorum o quorum (en cursiva y sin tilde, como si se tratara de un extranjerismo y no de una palabra con siglos de historia en nuestro idioma).
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Ya hablé en otro post de la letra eñe y de algunas de sus características, desmontando el mito de que es exclusiva de la lengua española. Afortunadamente para todos, nuestra querida eñe, que ya intentó ser defenestrada por las autoridades comunitarias (sin mucho éxito), goza de una salud envidiable: no sólo es impensable su desaparición de nuestro alfabeto, sino que se ha convertido en el símbolo por antonomasia de los millones de hablantes de nuestro idioma en todo el mundo. No corren la misma suerte otras letras.
Así, dos de ellas fueron degradadas en 1994 durante el X Congreso de Academias de la Lengua Española, en Madrid. Tanto la elle (“Ll”) como la che (“Ch”) fueron expulsadas entonces de forma definitiva del alfabeto, aunque han seguido siendo consideradas letras del idioma español justo hasta hace unos días. El caso de estos dos dígrafos es particular dentro de nuestro abecedario, desde luego: la elle, por ejemplo, no apareció como letra hasta la cuarta edición del Diccionario de la Real Academia, en 1803, por lo que no llegó a los dos siglos de implantación. Sin embargo, para muchos de los que memorizamos hace años nuestro alfabeto, la che y la elle son letras imprescindibles, aunque (o quizás debido a que) las nuevas generaciones de alumnos no vayan a estar tan familiarizadas con ellas.
El nuevo órdago de la RAE, más allá de la “expulsión” de che y elle, está trayendo cola: si ya hace tiempo que la letra “i latina” abandonó su apellido para ser conocida simplemente como “i”, ahora le llega el turno a su prima helénica, aprobándose el cambio de denominación de la “i griega”, que pasará a llamarse exclusivamente “ye”. El cambio de nomenclatura afecta también a otras letras, y tiene por objetivo el que cada una de ellas tenga un solo nombre, sea el país que sea. No entiendo demasiado este cambio: no todas las letras de nuestro alfabeto se llamaban igual en todos los países de habla hispana, siendo especialmente llamativos los ejemplos de la be y la uve, que eran llamadas, respectivamente, be grande, be larga o be alta y ve, ve chica, ve corta y ve baja dependiendo del país. También hay gente que a la erre la llama “ere” (yo mismo lo hago, para diferenciarla del dígrafo “Rr”). Todo esto ha cambiado ahora: muchos hispanoamericanos tendrán que adaptarse ahora a las denominaciones “be” y “uve”, mientras que en España haremos lo propio con la “ye”. ¿De verdad molestaban estas denominaciones?
No son los únicos cambios polémicos: me gustaría que cualquier académico me explicara por qué es más correcto escribir Catar que Qatar, o por qué “guión” pasa a ser obligatoriamente “guion” si yo percibo en esta palabra claramente un hiato. Lo de las tildes diacríticas en los demostrativos o en el adverbio “sólo” tampoco es muy comprensible: ¿debemos dejar de usarlas aunque haya ambigüedad y se pueda inducir al error?
Muchas son las voces que se alzan tras cada Congreso o nueva edición del DRAE en contra de los designios de los académicos, pero difícilmente podrán enojar más que ahora a una buena parte de la población en años venideros, o al menos eso espero. Yo, por lo pronto, seguiré llamando “i griega” a la “y” y escribiendo quórum en vez de cuorum o quorum (en cursiva y sin tilde, como si se tratara de un extranjerismo y no de una palabra con siglos de historia en nuestro idioma).
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