Muchas lenguas, una lengua (I)

Muchas lenguas, una lengua (I): "
Lejos de acerbos conflictos nacionalistas, lo cierto es que los idiomas que se hablan en el mundo tienen más en común de lo que sospechamos.
En el mundo existen unas 6.500 lenguas. Unas 1.300 en Oceanía. Unas 2.000 en Asia. Unas 1.000 en América. Y otras 2.000 en África. En Europa, curiosamente, es donde hay menos variedad de lenguas: sólo unas 200.
Si bien es cierto que cada lengua tiene su estructura y su léxico, y por tanto crea su propia visión de la realidad, su propia poesía, metáforas, analogías y demás, entre ellas hay semejanzas que nos sugieren una especie de regla universal. Noam Chomsky ya advirtió esto cuando postuló la existencia de una gramática universal.
El filósofo José Antonio Marina se fija en una palabra para demostrar cuántas semejanzas hay entre las lenguas. La palabra escogida es la “pupila” del ojo. Al menos un tercio de los idiomas que existen en el mundo usan palabras que significan “personitas o figuras infantiles”.
”Pupila es uno de esos casos, que en castellano se refuerza con “niña” (“Los ojos pequeños tienen niñas y los grandes mozas”, escribió Quevedo).
La razón de la universalidad de esta metáfora es que, si examinamos el ojo de una persona, veremos en él una figura que nos mira: nuestro propio reflejo. Una suerte de homúnculo o personita.
En Introducción a la lingüística, de Juan Carlos Moreno, se estudian los universales lingüísticos, las características que todos los idiomas tienen en común. El autor defiende el siguiente principio general:
Es posible la traducción entre cualesquiera lenguas naturales humanas.
Esta idea es mucho más revolucionaria de lo que parece. Sin irnos muy lejos, el filósofo Heidegger explicaba que era incapaz de entender bien la palabra japonesa “iki”, a pesar de hablar sobre ella durante años con su discípulo el conde Kuki. Decía:
La lengua de nuestra conversación destruye continuamente la posibilidad de decir aquello de lo que hablamos.
En el siglo XIX también gozó de mucho apoyo la tesis de Humboldt, que afirmaba que la lengua organiza la realidad en distintas categorías gramaticales y determina por tanto un pensar y un percibir según la singular organización de su éxito y según su categoría gramatical.
Whorf retomó la idea, afirmando que el lenguaje determina nuestras percepciones. Los antropólogos, por su parte, han reforzado esta creencia. Los más extremistas creen que ni siquiera se puede hablar de una naturaleza humana, puesto que incluso las estructuras psicológicas dependen de la cultura.
De nuevo caemos el la moda posmodernista cuando acogemos estas ideas. Y, por supuesto, se pone de manifiesto cuán oceánica es la ignorancia acerca de cómo interactúa el ADN con el ambiente, y viceversa.
Vía | Crónicas de la ultramodernidad de José Antonio Marina


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Muchas lenguas, una lengua (y II)

Especialistas en semántica como Anna Wierzbickademuestran que lo referido en la anterior entrega de este artículo no tiene sustento. Los lenguajes no son tan privados y compartimentados como parecen, a pesar de que su variedad nos sorprenda de forma extraordinaria: por ejemplo, echando un ojo al divertido libro El significado de Tingo.
En el instinto del lenguaje, el psicólogo cognitivo Steve Pinker también realiza una ardua tarea para explicar las raíces biológicas del lenguaje: hablamos como hablamos por cómo está diseñado nuestro cerebro, no porque decidamos hablar de una u otra forma según el lugar donde nos hemos criado. Podéis profundizar en ello en el imprescindible libro El instinto del lenguaje.
José Antonio Marina dedica varias páginas de su Diccionario de los sentimientos para demostrar que existen sentimientos comunes a toda la humanidad (raíz biológica), y que sus designaciones pueden traducirse de una cultura a otra.
Por ejemplo, en un lenguaje aborigen australiano, el pintupi, hay varias palabras emparentadas con la “tristeza” occidental. Una de ellas es: watjilpa. Significa una preocupación acompañada por pensamientos sobre el país y los familiares, que llega a producir enfermedad, lo que recomienda acudir al médico de la tribu.

Da la impresión de ser un sentimiento peculiar y primitivo. Sin embargo, cuando Myers lo estudia con más detenimiento, deja de parecernos lejano. Escribe: “El corazón del concepto se refiere a la separación de objetos o personas familiares y de los lugares y las personas entre los que uno ha crecido y donde uno se siente seguro y confortable. En las historias recogidas los pintupi hablan de sus viajes y de la watjilpa que les hace volver a su país.
¿No podría traducirse este concepto como “morriña”? O quizá la nostalgia. Y en portugués, la saudade. El inglés, la homesick. El polaco, la tesknota.
Los seres humanos tienen un parentesco biológico tan próximo que, a pesar del anhelo de separarnos de los demás o de sentirnos diferentes, en puridad todos somos más iguales de lo que creemos, independientemente de colores de piel, servidumbres religiosas o acentos lingüísticos.
Vía | Crónicas de la ultramodernidad de José Antonio Marina



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