Río de Janeiro/Ciudad Juárez: matar a los narcos (pobres), sin matar la pobreza
Río de Janeiro/Ciudad Juárez: matar a los narcos (pobres), sin matar la pobreza: "
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Hace unas horas que no tengo noticias de ellas. Y estoy un tantito preocupada. Les escribí estos días para saber si era cierto que los favelados -las personas que viven en las favelas- estaban aplaudiendo a los tanques del Ejército y los agentes de las BOPE que han entrado a matar y desplazar a los narcotraficantes (pobres). Las descripciones que relatan el apoyo de la ciudadanía me recuerdan a las de los niños iraquíes recibiendo con alegría a los soldados estadounidenses.
Eso es lo que estoy viendo en los medios brasileños, en los internacionales (la mayoría, un refrito de los brasileños), que cuentan cómo se mata a los narcotraficantes más pobres, sin cuestionar por qué no matan a los ricos, a las cabezas intelectuales y corruptas de un negocio llamado narcotráfico.
Retransmisión en vivo y en directo. Como en una película que legitimiza las muertes: sin pensar qué hay detrás de las personas que viven en las favelas, para verlos como unos indeseables que hay que matar. Sin llegar más al fondo, a la raíz de todo que hace que con sus detenciones o muertes haya otros que asuman sus puestos. Matar a los narcos, sin matar la pobreza que convierte al narcotráfico en una opción de trabajo (para algunos) que surge del olvido de las autoridades.
Ellas son dos faveladas (no unas narcotraficantes). Y les voy a llamar así, porque están orgullosas de serlo. Ellas son Tatiana Lima y Gizele Martins, estudiantes de periodismo en una de las universidades más exclusivas de Río de Janeiro, donde sus compañeros llegan con chófer y helicóptero. Son producto del milagro de las becas y de las noches de esfuerzo y varios trabajos para ayudar a sus familias: a lo que queda de ellas. Estudian periodismo porque dicen que los medios de información no están contando su realidad, que sólo dan la voz a una parte.
Ellas son dos lectoras de este blog, al que tuve el enorme placer de conocer (y aprender de ellas) en su favela, la Favela da Maré, controlada por los narcotraficantes, separada del resto de Río por un muro que las autoridades construyeron para que los turistas que llegan al aeropuerto no vean la pobreza en la que viven.
Pero ahora su tierra, sus favelas, situadas en el norte de Río -donde habían sido desplazados los narcotraficantes de las favelas más céntricas de la ciudad que surgen de las montañas de las playas de Copacabana, Ipanema y Botafogo- están dentro de los planes urbanísticos del Mundial de Fútbol del 2014 y las Olímpiadas del 2016.
Al llegar a la Favela da Maré -una de las más peligrosas de Río de Janeiro donde los editores no dejan entrar a sus reporteros desde que unos narcos mataron en otra cercana al periodista de TV Globo Tim Lopes, en el 2002- sentí la vida que no encontré en las llamadas pacificadas, las tomadas por la policía desde hace dos años.
Los niños jugaban en las calles, los negocios estaban abiertos y los pequeños restaurantes también, incluso hasta la medianoche o más. Por un momento, hubiera deseado que la realidad fuera peor, peor que en mi querida Juaritos. Pero no. Todo lo que me había encontrado de Río de Janeiro estaba muchísimo mejor que en Ciudad Juárez, menos los atardeceres que en Juaritos son insuperables.
Lo que me sorprendió en la Favela da Maré fue ver a adolescentes con armas que cubrían parte de su cuerpo y que actuaban como policías, hacían rondines en carros particulares con las armas fuera de los cristales. La primera vez que los ví pregunté a Gizele si no la estaba poniendo en peligro, si prefería que me fuera. Ella me dijo, no te preocupes, yo quise que vinieras, todo está bien con ellos.
Cuando llegué con Gizele a su casita, que se caía a pedazos, insistí en cerrar la puerta de todas las maneras posibles. En Juárez vivo siempre en casas con rejas, con alarmas y ni eso te salva de un robo, como de los cadáveres: una media de 6 a 27 al día. La cerraja estaba rota. Me dijo que no me preocupara, que en la Favela nadie robaba, y que si alguien lo hacía sabía que los narcos lo matarían.
Pronto comprendí que esa era su ley, su justicia, que habían creado sus reglas para sobrevivir en el olvido de las autoridades.
La situación en las favelas pacificadas, controladas por la policía, era distinta. Existía un poquito del terror que se siente en mi querida Ciudad Juárez ahora militarizada, donde se vive una masacre cotidiana sin precedentes en nombre de la llamada guerra contra el narcotráfico del presidente de México Felipe Calderón.
Estaban controladas por la policía, con retenes a la entrada, a la salida, en todas las calles.
En las pacificadas tuve un acompañante de excepción, que comencé a descubrirlo en su apartamento, en una de las zonas más lujosas de Río rodeada de montañas de las que surgían las casitas de las favelas, que miraban al mar. Como los ricos.
El me preguntaba de Ciudad Juárez y se extrañaba cuando yo le contaba la estadística de los muertos y él veía que era seis mayor que la de Río, o el que no hubiera ninguna zona de la ciudad que estuviera a salvo del peligro de ser asesinado.
El comenzó a contarme cómo torturaban en Río, cómo entraban en los días lluviosos a las favelas para matar a los nacotraficantes. Lo hacía con tanto detalle y devorando como un niño unos chocolates con almendras que pensé que lo que me relataba era una broma. Y yo le dije riéndome:
-'?Y tú, a cuántos has matado?'
El rostro del hombre alto y fuerte con mirada dulce cambió, me miró fijamente a los ojos y levantó su voz:
- '?Crees que por no haber matado tú eres mejor persona que yo? El hombre es el hombre y sus circustancias'.
Y ahí, pensé qué hacía yo ahí, quién era él. Parecía bien enfadado con mi preguntita. No podía ser que acabara mis días en Brasil, lejos de mi querida Ciudad Juárez. Y si ya me tocaba, ?le decía que yo era donante de órganos y que acabara conmigo cerca de un hospital para que al menos otros pudieran seguir viviendo? Pensé mil cosas en un segundo. Pero a la vez sentía que podía confiar en él, que todo estaba bien.
Mi instinto no me falló. Como cuando lo conocí. Me tomó del brazo y me dijo, ahora vas a ver:
Al llegar a las favelas pacificadas, tras subir por una montaña donde al comienzo había casas de lujo, comprendí que estaba con una estrella de Brasil al que los policías le pedían autógrafos y saludaban con mucha admiración.
Ahí supe quién era Rodrigo Pimentel: un ex capitán de policía del cuerpo de las BOPE (Batallón de Operaciones Policiales Especiales), que escribió un libro Tropa de Élite sobre su experiencia, se convirtió en película, la más taquillera de Brasil, y cuando lo conocí (de casualidad) estaba preparando la segunda parte, que se acaba de estrenar con un éxito sin precedentes.
Otro día podemos hablar más de él, de las favelas pacificadas. Ahora me llegan noticias de Gizele y Tatiana. Me piden que cuente lo que realmente está pasando. Que les devuelva su voz. Voy a hacerlo, aunque sólo he estado por un mes en Brasil, y no me gusta escribir de las realidades de las que no soy experta. Por eso, nunca escribí ni una línea de Brasil, pero ahora que comencé a ver las informaciones en los medios de comunicación (al lado de los buenos) y que poco tienen que ver con la realidad que conocí en esas semanas en las favelas siento que debo de contar lo que sentí. Y que intuyo que tiene que ver mucho con la realidad que se vive en Ciudad Juárez.
Aquí están sus voces que nos invitan a viajar por el camino fantástico de la reflexión:
La Favela da Maré (en el norte de Río) está en silencio, con miedo. No tenemos luz. Pero en el centro de la ciudad y la zona sur hay tranquilidad. Estamos rodeados por la policía. Aquí las cosas no son fáciles. La gente teme al sensacionalismo de la televisión que legitima nuestras muertes, la presencia del Ejército, la BOPE, la policía civil y la marina militar. Muchas familias no han podido entrar a sus casas desde hace 6 días. No se puede salir ni entrar a la Favela.
Creo que están creando pánico para justificar la matanza que se hará en los barrios bajos. La idea aquí es de la limpieza social, y utilizarán todas las armas, toda la fuerza para terminar con los barrios pobres, marginales, donde la gente sufre y sufrirá más por ser pobre.
Recuerdo como si fuera hoy, en el 2007, cuando entraron a la favela Morro do Alemao, donde fueron asesinadas por la policía 20 personas, varios civiles, debido a los juegos Panamericanos. Sus asesinatos siguen impunes.
Sabíamos que esto iba a pasar desde que supimos de estos dos grandes eventos deportivos. Lo que la gente debe de entender es que con una bala no se resuelven las brechas sociales. Matar a un bandido, a un narcotraficante o a un policía no es un derecho. Una bala que mata no es la verdadera bala. La desigualdad es la bala real. Y a ésta nadie la quiere matar.
*****Desde el domingo, 30 personas (según las autoridades, todas narcotraficantes) han sido asesinadas en las favelas de Río. La favela da Maré es extensa y tiene cuatro secciones Bonsucesso, Ramos, Olaria y Penha. La favela da Maré está en el mismo barrio que do Alemao, donde se preparan para entrar más de 2 mil 600 fuerzas policiales.
*Así se ven ellos: la foto la tomaron los chicos de la escuela popular de fotógrafos de la Favela da Maré.
*Para saber lo que ocurre en el Complexo do Alemao pueden seguir en Twitter a Rene Silva, de 17 años, creador de un periódico mensual llamado Voz da Comunidade:
http://twitter.com/vozdacomunidade
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