CAMINO A LA LIBERTAD, de Peter Weir
CAMINO A LA LIBERTAD, de Peter Weir: "
Llegados a este punto, es un buen momento para cuestionarnos de qué o para qué ha servido históricamente el desarrollo de la técnica visual en el arte del cine. Actualmente para poco e incluso para menos. Por lo general, ha valido para degradar al séptimo arte a una serie de diapositivas y efectitos digitales encaminados a 'entretenernos' unas dos horas de nuestra vida. Los avances de la técnica no han mejorado a explicar mejor y con más medios grandes historias, sino que se han convertido en un fin por sí mismos. Uno ve los efectos especiales de 'Spiderman 3' o 'Alien vs. Predator 2' y ha pasado la tarde sin sentir vergüenza ajena y todo. La industria casi acaba con el cine como experiencia, como estimulante imaginativo, como aquel traje de buzo que ponerse para explorar mundos ajenos. Proliferaron las palomitas y bolsas con chasquidos para ver una mera demostración de tecnicismos sin vida.
Para demostrar lo equivocado y peligroso de los mencionados planteamientos y mostrar otro camino para el ansiado 'entretenimiento', nos llega la última película del director australiano de 'El club de los poetas muertos' o 'El show de Truman' entre otras. Uno de los directores más intencionadamente diferentes de la industria llega al rescate con la insinuación de una historia real de superación humana.
Da gusto 'entretenerse' con la alta definición de la naturaleza salvaje castigando a los protagonistas, meterse en sus apretados campos de concentración, pelearse contra su Siberia y los desiertos mongoles. Uno babea y piensa en lo que hubiesen podido hacer grandes tipos como David Lean o John Ford con las cámaras actuales dispuestas a narrar los espacios abiertos como sólo ellos sabían.
Porque ésta es una cinta que evoca la nostalgia del gran cine de antes, cuando la suciedad y el desgaste hacían mella en los protagonistas y espectadores a partes iguales, cuando los rodajes dolían y se intentaba narrar la vida con credibilidad.
Una narración directa, sin complejidades ni intrincadas tramas, a un buen ritmo de trote, ameno, dirigido para entretener al espectador a base de sufrir con sus héroes de celuloide, de vivir sus odiseas.
Un meritorio esfuerzo por narrar una historia de aventura al estilo de antes, cuando las vidas que contaban salpicaban y ensuciaban. Un esfuerzo por poner la calidad de imagen al servicio de la historia, por hacer que la naturaleza que se rueda se sufra más que se vea.
Será inevitable que hoy en día haya gente en la butaca de al lado comiendo chuches, pero al menos serán patatas de esas que anuncian elaboradas como las viejas recetas, 'con todo el sabor de antes'...
Ver Galería: 4 imágenes »
# Enlace Permanente"
Sólo un director diferente puede esforzarse por presentarnos una aventura como las del cine de antes, cuando era más experiencia que entretenimiento. Y encima con todos los avances de imagen modernos.
Llegados a este punto, es un buen momento para cuestionarnos de qué o para qué ha servido históricamente el desarrollo de la técnica visual en el arte del cine. Actualmente para poco e incluso para menos. Por lo general, ha valido para degradar al séptimo arte a una serie de diapositivas y efectitos digitales encaminados a 'entretenernos' unas dos horas de nuestra vida. Los avances de la técnica no han mejorado a explicar mejor y con más medios grandes historias, sino que se han convertido en un fin por sí mismos. Uno ve los efectos especiales de 'Spiderman 3' o 'Alien vs. Predator 2' y ha pasado la tarde sin sentir vergüenza ajena y todo. La industria casi acaba con el cine como experiencia, como estimulante imaginativo, como aquel traje de buzo que ponerse para explorar mundos ajenos. Proliferaron las palomitas y bolsas con chasquidos para ver una mera demostración de tecnicismos sin vida.
Para demostrar lo equivocado y peligroso de los mencionados planteamientos y mostrar otro camino para el ansiado 'entretenimiento', nos llega la última película del director australiano de 'El club de los poetas muertos' o 'El show de Truman' entre otras. Uno de los directores más intencionadamente diferentes de la industria llega al rescate con la insinuación de una historia real de superación humana.
Da gusto 'entretenerse' con la alta definición de la naturaleza salvaje castigando a los protagonistas, meterse en sus apretados campos de concentración, pelearse contra su Siberia y los desiertos mongoles. Uno babea y piensa en lo que hubiesen podido hacer grandes tipos como David Lean o John Ford con las cámaras actuales dispuestas a narrar los espacios abiertos como sólo ellos sabían.
Porque ésta es una cinta que evoca la nostalgia del gran cine de antes, cuando la suciedad y el desgaste hacían mella en los protagonistas y espectadores a partes iguales, cuando los rodajes dolían y se intentaba narrar la vida con credibilidad.
Una narración directa, sin complejidades ni intrincadas tramas, a un buen ritmo de trote, ameno, dirigido para entretener al espectador a base de sufrir con sus héroes de celuloide, de vivir sus odiseas.
Un meritorio esfuerzo por narrar una historia de aventura al estilo de antes, cuando las vidas que contaban salpicaban y ensuciaban. Un esfuerzo por poner la calidad de imagen al servicio de la historia, por hacer que la naturaleza que se rueda se sufra más que se vea.
Será inevitable que hoy en día haya gente en la butaca de al lado comiendo chuches, pero al menos serán patatas de esas que anuncian elaboradas como las viejas recetas, 'con todo el sabor de antes'...
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