[Libros que nos inspiran] 'Imposturas intelectuales', de Alan Sokal y Jean Bricmont
[Libros que nos inspiran] 'Imposturas intelectuales', de Alan Sokal y Jean Bricmont: "
Mucha gente cree que la ciencia es sólo una actividad. Mirar por el telescopio o el microscopio, elaborar hipótesis, hacer estudios y, en general, vestir con bata blanca, los pelos disparados hacia todas direcciones y rozando al límite el síndrome de Asperger.
Pero la ciencia es algo más. También es una forma de pensar, de enfocar un problema. La ciencia es un sistema para superar las trampas de la lógica y los errores naturales de nuestro cerebro a la hora de interpretar la realidad. La ciencia es, sobre todo, una especie de juez implacable, un chequeo perpetuo para que nunca idea demasiado subjetiva o contaminada de dogmatismo permanezca anclada en un juicio intelectual. La ciencia es, por tanto, una herramienta extramental, la herramienta más objetiva concebida por el ser humano a fin de conocer cómo funciona la realidad.
Leer un libro como éste, del físico Alan Sokal, te permite entender qué eso es la ciencia, sobre todo lo demás. Y también te permite descubrir que muchas otras disciplinas no científicas (sobre todo del mundo de las humanidades más pedante y pomposo) intenta apropiarse de la objetividad científica con los fuegos de artificio más inanes: su terminología. Por eso este libro se titula Imposturas intelectuales.
No en vano, Imposturas intelectuales nos inspiró para artículos como: ¿Sigue teniendo la filosofía algún sentido en la era de la ciencia?
El origen de este libro es una broma. Debido a que cada vez más sectores pertenecientes al ámbito de las humanidades y de las ciencias sociales han adoptado la filosofía posmodernista de rechazar más o menos explícitamente la tradición racionalista de la Ilustración, arguyendo que la ciencia no es más que una “narración”, un “mito” o una construcción social, los autores quisieron comprobar hasta donde podían llegar si ellos también adoptaban esta postura.
Por ello, Alan Sokal, presentó una parodia de trabajo que ha venido proliferando en los últimos años a una revista cultural norteamericana de moda, Social Text. El título de este artículo fue “Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica”. Un título que incluso era sencillo en comparación con el cuerpo del artículo, que no era más que una sucesión de absurdos, faltas de lógica y mucha palabrería científica tan del gusto de los que no tienen mucha idea de ciencia. (Al final del libro, por cierto, se transcribe el artículo completo y se analizan las trampas punto por punto).
La idea central del artículo postulaba que la realidad física, al igual que la realidad social, es en el fondo una construcción lingüística y social; y al final añadía que “la π de Euclides y la G de Newton, que antiguamente se creían constantes y universales, son ahora percibidas en su ineluctable historicidad.”
El texto no sólo fue aceptado sino incluso aplaudido por muchos intelectuales. Poco después, por supuesto, se desveló la broma… y las críticas no tardaron en llegar.
Pero esta anécdota sólo sirve como punto de partida para Imposturas intelectuales. La verdadera intención del libro es analizar sistemáticamente los errores en los que tropiezan autores tan renombrados en Francia y en el mundo como Jacques Lacan, Julia Kristeva, Luce Irrigaría, Bruno Latour, Jean Baudrillard, Gilles Deleuze y otros.
Todos estos capítulos son tal vez un tanto tediosos, porque te obligan a leer textos muy crípticos de autores que precisamente son adulados por su densidad expositiva. Y tal vez algunos análisis se escapen de la comprensión del lector que no domine la materia científica. Pero Imposturas intelectuales vale su peso en oro, sobre todo, por un intermedio que casi ocupa un cuarto del libro. Un capítulo central magistral donde ambos autores argumentan de forma sencilla acerca de cómo funciona realmente, a nivel epistemológico, la ciencia y por qué el relativismo cultural es una falacia.
Así pues, Imposturas intelectuales, además de dejar al descubierto que muchos autores posmodernistas, sobre todo del ámbito de las ciencias sociales, son aficionados a una verborrea oscura y pedante para, quizá, escamotear la inanidad de su contenido, también ayudará a muchos lectores a resolver qué significa tener certezas sobre algo, qué es la verdad objetiva y subjetiva, por qué el relativismo se contradice a sí mismo, etc.
Todas las objeciones que se os puedan ocurrir respecto a la idea de que la ciencia no puede ser relativa y se basa en certezas, os aseguro que aquí están contestadas. Porque las disciplinas científicas (así como las partes científicas de las ciencias sociales) se basan en un conocimiento acumulativo y, por tanto, nada subjetivo. Es conocimiento racional y objetivo (objetivo en el sentido práctico, por supuesto, no en el sentido absoluto, el cual ni nos atañe ni debe ser invocado para discutir asuntos terrenales).
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Mucha gente cree que la ciencia es sólo una actividad. Mirar por el telescopio o el microscopio, elaborar hipótesis, hacer estudios y, en general, vestir con bata blanca, los pelos disparados hacia todas direcciones y rozando al límite el síndrome de Asperger.
Pero la ciencia es algo más. También es una forma de pensar, de enfocar un problema. La ciencia es un sistema para superar las trampas de la lógica y los errores naturales de nuestro cerebro a la hora de interpretar la realidad. La ciencia es, sobre todo, una especie de juez implacable, un chequeo perpetuo para que nunca idea demasiado subjetiva o contaminada de dogmatismo permanezca anclada en un juicio intelectual. La ciencia es, por tanto, una herramienta extramental, la herramienta más objetiva concebida por el ser humano a fin de conocer cómo funciona la realidad.
Leer un libro como éste, del físico Alan Sokal, te permite entender qué eso es la ciencia, sobre todo lo demás. Y también te permite descubrir que muchas otras disciplinas no científicas (sobre todo del mundo de las humanidades más pedante y pomposo) intenta apropiarse de la objetividad científica con los fuegos de artificio más inanes: su terminología. Por eso este libro se titula Imposturas intelectuales.
No en vano, Imposturas intelectuales nos inspiró para artículos como: ¿Sigue teniendo la filosofía algún sentido en la era de la ciencia?
El origen de este libro es una broma. Debido a que cada vez más sectores pertenecientes al ámbito de las humanidades y de las ciencias sociales han adoptado la filosofía posmodernista de rechazar más o menos explícitamente la tradición racionalista de la Ilustración, arguyendo que la ciencia no es más que una “narración”, un “mito” o una construcción social, los autores quisieron comprobar hasta donde podían llegar si ellos también adoptaban esta postura.
Por ello, Alan Sokal, presentó una parodia de trabajo que ha venido proliferando en los últimos años a una revista cultural norteamericana de moda, Social Text. El título de este artículo fue “Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica”. Un título que incluso era sencillo en comparación con el cuerpo del artículo, que no era más que una sucesión de absurdos, faltas de lógica y mucha palabrería científica tan del gusto de los que no tienen mucha idea de ciencia. (Al final del libro, por cierto, se transcribe el artículo completo y se analizan las trampas punto por punto).
La idea central del artículo postulaba que la realidad física, al igual que la realidad social, es en el fondo una construcción lingüística y social; y al final añadía que “la π de Euclides y la G de Newton, que antiguamente se creían constantes y universales, son ahora percibidas en su ineluctable historicidad.”
El texto no sólo fue aceptado sino incluso aplaudido por muchos intelectuales. Poco después, por supuesto, se desveló la broma… y las críticas no tardaron en llegar.
Pero esta anécdota sólo sirve como punto de partida para Imposturas intelectuales. La verdadera intención del libro es analizar sistemáticamente los errores en los que tropiezan autores tan renombrados en Francia y en el mundo como Jacques Lacan, Julia Kristeva, Luce Irrigaría, Bruno Latour, Jean Baudrillard, Gilles Deleuze y otros.
Todos estos capítulos son tal vez un tanto tediosos, porque te obligan a leer textos muy crípticos de autores que precisamente son adulados por su densidad expositiva. Y tal vez algunos análisis se escapen de la comprensión del lector que no domine la materia científica. Pero Imposturas intelectuales vale su peso en oro, sobre todo, por un intermedio que casi ocupa un cuarto del libro. Un capítulo central magistral donde ambos autores argumentan de forma sencilla acerca de cómo funciona realmente, a nivel epistemológico, la ciencia y por qué el relativismo cultural es una falacia.
Así pues, Imposturas intelectuales, además de dejar al descubierto que muchos autores posmodernistas, sobre todo del ámbito de las ciencias sociales, son aficionados a una verborrea oscura y pedante para, quizá, escamotear la inanidad de su contenido, también ayudará a muchos lectores a resolver qué significa tener certezas sobre algo, qué es la verdad objetiva y subjetiva, por qué el relativismo se contradice a sí mismo, etc.
Todas las objeciones que se os puedan ocurrir respecto a la idea de que la ciencia no puede ser relativa y se basa en certezas, os aseguro que aquí están contestadas. Porque las disciplinas científicas (así como las partes científicas de las ciencias sociales) se basan en un conocimiento acumulativo y, por tanto, nada subjetivo. Es conocimiento racional y objetivo (objetivo en el sentido práctico, por supuesto, no en el sentido absoluto, el cual ni nos atañe ni debe ser invocado para discutir asuntos terrenales).
Pero aún se puede ir más lejos: es natural introducir una jerarquía en el grado de certidumbre que se concede a diferentes teorías en función de la cantidad y la calidad de los argumentos que la fundamentan. Todos los científicos, y a decir verdad todos los seres humanos, proceden de este modo y asignan mayor probabilidad subjetiva a las teorías mejor fundamentadas (por ejemplo, la evolución de las especies o la existencia de átomos) y menor probabilidad subjetiva a las teorías más especulativas (por ejemplo, las teorías detalladas de la gravedad cuánticas). El mismo razonamiento es aplicable cuando se comparan teorías de las ciencias de la naturaleza con teorías históricas o sociológicas. Así, por ejemplo, las pruebas a favor de la rotación de la Tierra son mucho más sólidas que las que podría aportar Kuhn para sostener cualquiera de sus teorías históricas. Naturalmente, eso no quiero decir que los físicos sean más inteligentes que los historiadores, ni que utilicen métodos mejores, sino simplemente que, en términos generales, los problemas que estudian no son tan complejos e incluyen un menor número de variables que, además, son más fáciles de medir y controlar. La introducción de esta jerarquía en nuestras certidumbres resulta inevitable, y de ella se desprende que ningún argumento concebible fundado en la visión kuhniana de la historia puede acudir en ayuda de los sociólogos o filósofos que pretendan desafiar, de forma global, la fiabilidad de los conocimientos científicos.
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