La génesis del María Moliner

La génesis del María Moliner:
María Moliner

Inmaculada de la Fuente es bastante conocida como cronista de una época, la de la Guerra Civil y la posguerra, sobre todo desde el punto de vista de mujeres notables de ese convulso período de nuestra historia más reciente. Suyos fueron Mujeres de la posguerra: de Carmen Laforet a Rosa Chacel. Historia de una generación (2002) y La roja y la falangista. Dos perfiles de la España del 36 (2006), en donde nos habla de las hermanas De la Mora Maura, nietas del político Antonio Maura, cinco veces Presidente del Gobierno español entre 1903 y 1922. Ahora se atreve con una figura poco conocida de la posguerra, al menos desde el punto de vista biográfico. Porque, ¿quién no conoce la historia de María Moliner?

El Diccionario de Uso del Español de María Moliner es el diccionario preferido por muchos, incluso por delante del “oficial” de la Real Academia Española de la Lengua, pero lo que la mayoría no sabe es que María Moliner, que había estudiado historia en Zaragoza, no era ni filóloga ni nada parecido, sino una funcionaria del cuerpo de Bibliotecarios y Archivistas. En todo caso, Gabriel García Márquez le dedicó unas famosas líneas en las que ensalzaba la figura de la aragonesa, aunque a juicio de Inmaculada de la Fuente este homenaje póstumo dio una imagen de Moliner que no se ajustaba del todo a la realidad: no fue una ama de casa y abnegada madre que en sus ratos libres (y durante la friolera de quince años) redactó los dos tomos de un diccionario, fue una mujer de su tiempo (por ello lo de madre y esposa), que además tenía un trabajo para el Estado, que sacrificó su poco tiempo libre en la ilusión de su vida, que no era otra que la de realizarse profesionalmente a través de una obra que ya es inmortal. De la Fuente llega a afirmar que Moliner dedicaba el 90% de su vida al diccionario, que empezó a gestarse en 1952 y cuyo primer tomo vio la luz en 1966 (el segundo lo haría unos meses después, ya en 1967).

De ella dice:

Se pensaba que con ser abnegada y con estar entregada era suficiente, y por eso esa mujer recoleta era la imagen que nos iban difundiendo. Claro, era recoleta porque era una señora que estaba en su contexto, en su época y en su mundo. Pero tenía una gran ambición intelectual porque, aunque ella decía en plan chusco que era tenaz porque era aragonesa, que nunca habría terminado el diccionario si no hubiera sido una tozuda y una bruta, su motor era dejar una obra.

María Moliner fue considerada, según De la Fuente, como una intrusa por los académicos de su tiempo. ¿Quién era aquella bibliotecaria que había dedicado tres lustros en inventarse un diccionario que pretendía convertirse en esencial (y que, digámoslo claro, lo consiguió sobradamente)?

De la Fuente también aporta datos hasta ahora inéditos. Sí se sabía que había sido Dámaso Alonso el que puso a la editorial Gredos sobre aviso de que María Moliner estaba en mitad de algo que merecía la pena, pero no que firmó un contrato con ellos en 1955, y que el proceso de composición del diccionario, que ella iba entregando en fichas, sacó de sus casillas a los empleados de la imprenta, que estuvieron tentados de contactarla para pedirle, con muy buenos modales eso sí, “que no haga más cambios porque nos va a volver locos y humanamente esto no puede ser”.

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