Cuándo no regalar un libro
Cuándo no regalar un libro:
Ahora que se acercan las Navidades (algo que la televisión, Internet y demás medios llevan asegurándonos desde finales de septiembre), aparece la perentoria necesidad del consumo para los demás. El regalo, ese enemigo atroz, surge de entre la neblina de nuestro reposo para empujarnos hacia terrenos ya conocidos (y temibles) de obligación, correspondencia e incomodidad. Y por supuesto, como somos lectores, y nos gusta leer (o eso doy por sentado, teniendo en cuenta el nombre de esta página web), lo primero que se nos viene a la mente es “voy a regalar un libro”.
Regalar un libro parte de la premisa siempre peligrosa del regalo, esa premisa clásica de “como me gusta a mí, a ti te gustará más”. Una lástima que no siempre sea así, ya que nuestra afición por los libros no tiene por qué imponerse sobre personas que, tal vez, no tengan el mismo interés por la palabra escrita. Y aunque lo tuvieran, ¿qué nos garantiza que nuestros gustos coincidan con los suyos? Además, hoy en día surge una dificultad extra… ¿debo regalar en papel, o en formato electrónico? Regalar un mamotreto de mil páginas a alguien que se duerme con su e-reader en brazos tal vez no sea una elección sensata; del mismo modo que determinados géneros (jardinería, esoterismo, cría de perros) no tienen por qué ser los más adecuados para nuestros amigos, conocidos y familiares, por mucho que a nosotros nos apasionen. Tal vez tendríamos que tener en cuenta algunas reglas básicas.
En primer lugar, huyamos de los libros de autoayuda. Es posible que El secreto haya cambiado tu vida, pero regalarle a una persona enferma una obra que asegura que manifestamos aquello que deseamos (incluidas desgracias personales y enfermedades) probablemente no sea una decisión acertada. El momento personal que atravesamos es único e intransferible, ese libro mágico que ha marcado tu existencia no es, necesariamente, vital para otra persona (y evitemos, como lava ardiendo, cualquier obra con el más mínimo matiz religioso o político). Tampoco es recomendable regalar libros a estudiantes universitarios o de oposiciones, siempre cabe la posibilidad de que tu presente les haga recordar el escaso tiempo del que disponen para leer obras que realmente les apetezcan, más allá de la bibliografía, obligatoria e interminable, de su carrera. El libro puede también causar auténticos desastres en el ámbito de la pareja, aquello que para uno de los dos puede ser romántico, trascendente e inolvidable, para el otro puede ser empalagoso, trivial y aburrido, llevando a desencuentros nada deseables. Por otro lado, en el complicado mundo del libro-regalo existen dos destinatarios de pesadilla: el que lo ha leído todo (y lo tiene en diferentes ediciones, llegando a sentirse insultado porque la tuya es de bolsillo y con una traducción nefasta); y el que no lee nada, nunca. En todos los casos el regalo debe implicar, siempre, que uno ha dedicado un mínimo de tiempo a pensar qué podría interesarle al que recibe, por lo que el libro refleja, casi tanto como otros regalos complejos como la música o el perfume, una decisión elaborada acerca del gusto de la otra persona. En resumen, regalar un libro es regalar cultura, regalar una aventura, regalar un sueño. Pero también es exponerse al desastre, a la ofensa, a la humillación. Regalemos libros por Navidad, sí; pero no cualquier libro: regalemos la obra perfecta para esa persona. Y si no, siempre nos quedarán los bombones.
Ahora que se acercan las Navidades (algo que la televisión, Internet y demás medios llevan asegurándonos desde finales de septiembre), aparece la perentoria necesidad del consumo para los demás. El regalo, ese enemigo atroz, surge de entre la neblina de nuestro reposo para empujarnos hacia terrenos ya conocidos (y temibles) de obligación, correspondencia e incomodidad. Y por supuesto, como somos lectores, y nos gusta leer (o eso doy por sentado, teniendo en cuenta el nombre de esta página web), lo primero que se nos viene a la mente es “voy a regalar un libro”.
Regalar un libro parte de la premisa siempre peligrosa del regalo, esa premisa clásica de “como me gusta a mí, a ti te gustará más”. Una lástima que no siempre sea así, ya que nuestra afición por los libros no tiene por qué imponerse sobre personas que, tal vez, no tengan el mismo interés por la palabra escrita. Y aunque lo tuvieran, ¿qué nos garantiza que nuestros gustos coincidan con los suyos? Además, hoy en día surge una dificultad extra… ¿debo regalar en papel, o en formato electrónico? Regalar un mamotreto de mil páginas a alguien que se duerme con su e-reader en brazos tal vez no sea una elección sensata; del mismo modo que determinados géneros (jardinería, esoterismo, cría de perros) no tienen por qué ser los más adecuados para nuestros amigos, conocidos y familiares, por mucho que a nosotros nos apasionen. Tal vez tendríamos que tener en cuenta algunas reglas básicas.
En primer lugar, huyamos de los libros de autoayuda. Es posible que El secreto haya cambiado tu vida, pero regalarle a una persona enferma una obra que asegura que manifestamos aquello que deseamos (incluidas desgracias personales y enfermedades) probablemente no sea una decisión acertada. El momento personal que atravesamos es único e intransferible, ese libro mágico que ha marcado tu existencia no es, necesariamente, vital para otra persona (y evitemos, como lava ardiendo, cualquier obra con el más mínimo matiz religioso o político). Tampoco es recomendable regalar libros a estudiantes universitarios o de oposiciones, siempre cabe la posibilidad de que tu presente les haga recordar el escaso tiempo del que disponen para leer obras que realmente les apetezcan, más allá de la bibliografía, obligatoria e interminable, de su carrera. El libro puede también causar auténticos desastres en el ámbito de la pareja, aquello que para uno de los dos puede ser romántico, trascendente e inolvidable, para el otro puede ser empalagoso, trivial y aburrido, llevando a desencuentros nada deseables. Por otro lado, en el complicado mundo del libro-regalo existen dos destinatarios de pesadilla: el que lo ha leído todo (y lo tiene en diferentes ediciones, llegando a sentirse insultado porque la tuya es de bolsillo y con una traducción nefasta); y el que no lee nada, nunca. En todos los casos el regalo debe implicar, siempre, que uno ha dedicado un mínimo de tiempo a pensar qué podría interesarle al que recibe, por lo que el libro refleja, casi tanto como otros regalos complejos como la música o el perfume, una decisión elaborada acerca del gusto de la otra persona. En resumen, regalar un libro es regalar cultura, regalar una aventura, regalar un sueño. Pero también es exponerse al desastre, a la ofensa, a la humillación. Regalemos libros por Navidad, sí; pero no cualquier libro: regalemos la obra perfecta para esa persona. Y si no, siempre nos quedarán los bombones.
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