EL PROBLEMA DE LA IDENTIDAD FEMENINA Y LOS NUEVOS MITOS

EL PROBLEMA DE LA IDENTIDAD FEMENINA Y LOS NUEVOS MITOS:

EL PROBLEMA DE LA IDENTIDAD FEMENINA Y LOS NUEVOS MITOS

El problema de la identidad femenina y los nuevos mitos. Publicado en Novos Dereitos: Igualdade, Diversidade e Disidencia. Ed. Tórculo. Santiago de Compostela. España. 1998. pp.155-172.

Cristina Caruncho & Purificación Mayobre
Universidad de Vigo

1. INTRODUCCION

    A lo largo de la historia la elaboración del mundo simbólico, del significado y del sentido ha estado en las mentes de los varones, los que han configurado una representación del mundo a su imagen y semejanza erigiéndose como prototipo, patrón y medida de todo lo existente. De esta forma se ha establecido el paradigma patriarcal como el paradigma de todos los paradigmas, en cuanto que los valores de género masculinos sustentan todas las interpretaciones filosóficas, científicas o religiosas de la realidad. En palabras de Victoria Sau:

    “Es un fenómeno universal, cuya causa no está explicada todavía, que los seres humanos organizan y clasifican sus conocimientos del mundo de forma dual de modo que cada dimensión tiene su opuesta con la que constituye una organización bipolar. Una segunda característica es que los dos polos de una misma dimensión no valen lo mismo -aunque ambos se consideren necesarios- sino que uno aparece como positivo y el otro como negativo. Los positivos tienden a unirse con otros positivos y los negativos con otros negativos reforzando en cada caso la cadena propia” 1

       En este trabajo nos vamos a centrar en el análisis crítico de la identidad femenina desde la perspectiva de género, con el fin de desvelar las trampas de un discurso filosófico científico que ofrecía una identidad de mujer sujetada por su peculiar naturaleza, que la vinculaba inexorablemente a una función reproductora. Una función reproductora que condicionaba el modo de ser mujer desde una triple perspectiva biológica, psicológica y social y que englobaba en un complejo ciclo vital a la virgen (aún no mujer, con posibilidad de serlo), a la madre (mujer hecha, ya que hacerse mujer era igual a hacerse madre) y a la puta ( mujer-cuerpo cotizada en el mercado capitalista).

    Para entender esta configuración de la identidad femenina hay que tener en cuenta -como acabamos de decir- que todo el pensamiento occidental está fundamentado en toda una serie de dicotomías: mujer versus hombre, naturaleza versus cultura, privado versus público, reproducción versus producción, intuición versus razón, cuerpo versus intelecto.... etc. Esta visión dicotómica de la realidad conlleva una jerarquización de las partes implicadas y la asociación de la mujer con los términos menos prestigiosos de esa realidad dual, es decir, con la naturaleza, con el ámbito privado, con la reproducción, con la intuición y con el cuerpo, en tanto que al varón se le asocia con la cultura, con la esfera pública, con el ámbito de la producción y con la razón.

    Esta consideración dicotómica y jerárquica del mundo favorece, además, una concepción esencialista de los sexos, haciendo derivar la división sexual del trabajo “naturalmente” de las diferencias biológicas entre los sexos. Esa división sexual del trabajo se consagra con la implantación del sistema industrial, con el profundo hiato introducido por el capitalismo entre el ámbito público y el ámbito privado. A partir de este momento se sanciona e institucionaliza  la dedicación del varón al mundo profesional, laboral y político y el confinamiento de la mujer en el mundo doméstico y privado.

    Esta identificación de la mujer con el ámbito privado, con la reproducción y esta desvalorización del sexo femenino ha sido legitimada y justificada desde la antigüedad por todo tipo de saberes, desde el saber vulgar hasta el saber científico, pasando por el filosófico o religioso.

    Esta larga tradición de desconsideración de lo femenino ha creado un clima de opinión que se extiende hasta nuestros días, persistiendo todavía muchos mitos, prejuicios, ideas falsas e irracionales acerca de la personalidad femenina, que la teoría feminista viene combatiendo desde hace mucho tiempo, pero que son muy difíciles de impugnar por formar parte del conocimiento simbólico de la sociedad, del acervo de conocimientos de las personas y por ser creencias colectivas, compartidas por diversas clases o grupos sociales, por lo  que difícilmente sucumben al razonamiento.

    Muchos de estos prejuicios y mitos son tan antiguos como la propia filosofía o la propia capacidad humana de justificación y explicación del mundo y, aunque algunos de ellos están desbancados a nivel científico, persisten sin embargo en el imaginario simbólico. Todos ellos coinciden en considerar a la mujer como un ser deficitario, carente y mutilado y/o por identificar el ser mujer con el ser madre.

2. LA TEORIA SEXO-GÉNERO Y EL PROBLEMA DE LA IDENTIDAD FEMENINA

    Este panorama comienza a cambiar cuando en la década de los 70 la teoría sexo-género, junto con otras teorías sociales, deslegitiman la concepción esencialista de la naturaleza femenina. Desde esta plataforma se afirma que la identidad femenina y masculina es una construcción social, que la subjetividad de las personas se configura por la internalización e introyección del prototipo establecido por la cultura para la masculinidad o la feminidad. Como dice Gerda Lerner:

    “El género es la definición cultural de la conducta definida como apropiada en una sociedad dada y en una época dada. Género es una serie de roles culturales. Es un disfraz, una máscara, una camisa de fuerza en la que hombres y mujeres bailan su desigual danza”2

    Esta desigual danza es posible porque- como afirma la propia Gerda Lerner- la sociedad en la que vivimos es una sociedad de carácter patriarcal, entendiendo por patriarcado:

    “La institucionalización del dominio masculino sobre mujeres y niños/as en la familia y la extensión del dominio masculino sobre las mujeres a la sociedad en general”. Implica, “que los hombres ostentan el poder en todas las instituciones importantes de la sociedad y que las mujeres son privadas de acceso a ese poder. No implica que las mujeres carezcan totalmente de poder ni que estén privadas de derechos, influencias y recursos”3.

Desde el sistema sexo-género se hace mucho hincapié en que nuestro conocimiento de la identidad masculina o femenina no se reduce única y exclusivamente a la consideración de una serie de atributos naturales, sino que en gran parte se sustenta en elaboraciones culturales y sociales. Esta insistencia en el carácter socio-cultural de la identidad y subjetividad femenina  favorece la liberación de la mujer de su “eterno natural”, de su vínculo irreductible con la naturaleza, de su dedicación exclusiva a la reproducción, de su sacralización como madre, de la reducción de su personalidad a la función maternal (madre=mujer) y de su identificación con la naturaleza frente a la identificación del varón con la cultura. Desde la perspectiva de género y desde la consideración de la personalidad como un constructo social es posible transgredir esas identificaciones clásicas, es posible establecer una nueva conceptualización de la realidad, una nueva teoría que en palabras de Luisa Muraro4 permite ver lo que es: el carácter jerárquico y asimétrico de los sexos.

       La definición de género tiene un efecto liberador para las mujeres, al poner de manifiesto que el comportamiento femenino no obedece a imperativos biológicos y al desembarazar al sexo femenino del presupuesto ontológico y epistemológico según el cual  en la mujer la anatomía es  destino. Su destino se va construyendo conforme a dictados diversos de carácter socio-cultural fundamentalmente, si bien hasta ahora ese destino estaba predeterminado por la concepción que el patriarcado tenía de la feminidad, siendo ya hora de que las mujeres deconstruyan esa definición y construyan una nueva concepción de lo que significa ser mujer.

    En realidad esta labor deconstructiva-reconstructiva la vienen realizando las mujeres desde la antigüedad. Siempre hubo voces aisladas de mujeres que manifestaron su malestar ante las prescripciones de género impuestos por su época, que actuaron como de-generadas5, como personas independientes que no asumieron el ideal de feminidad dictado por el “otro”, pero estas voces se harán oír sobre todo desde la Ilustración.  A partir de esa fecha las mujeres comenzarán a oponerse a la priorización de los valores masculinos y a la consecuente devaluación de los femeninos, empezarán a reivindicar la universalización de los derechos y a elaborar una configuración simbólica de la realidad  en la que se registre su forma de ser, sentir y pensar. Es cierto que las mujeres carecieron del aval académico para su interpretación de la realidad, pero aún así fueron plasmando sus huellas en el acervo do conocimientos de la humanidad. En palabras de Victoria  Sau:

    “Huérfanas de madre, nacidas como Atenea solo de varón, irreales, cojitrancas, perdidas en un mar de confusiones durante milenios, emergen a pesar de todo en el siglo XVIII como colectivo. Y no por casualidad sino porque todas las huellas no pudieron ser borradas, ni todos los rostros escondidos, ni todos los hechos ocultados” 6.

    A partir de ese momento las mujeres lucharán por acabar con esa situación de marginación y subordinación, asignado por el patriarcado a su

sexo, y exigirán un espacio propio, un orden simbólico propio y una palabra propia.

3. LOS NUEVOS MITOS

    Parece que las mujeres nos hemos liberado a partir de las últimas décadas de la visión castrante que nos identificaba con el “eterno natural”. La teoría sexo-género ha servido para deconstruir ciertos principios teórico-prácticos asumidos como axiomas a nivel ontológico y epistemológico. Principios que encubrían el carácter de dimensión social que tiene la realidad.

    De hecho, la teoría sexo-género como el máximo exponente del discurso feminista en el marco de la academia y en general todo el movimiento feminista ( en sus más diversas manifestaciones) han impulsado, promovido y establecido un nuevo marco conceptual desde el cuál las respuestas a ¿qué es ser mujer?, no se orientan desde un punto de vista únicamente esencialista o naturalista.

    Hoy se sabe , gracias a las batallas ganadas con esfuerzo por las mujeres, que el género es una construcción social pero que el propio sexo tampoco es simplemente un hecho natural y desnudo. El sexo nombrado y representado simbólicamente ha favorecido la creación y estandarización de ciertos “mitos femeninos”.

    Enfrentarse al saber tradicional fue y sigue siendo una de las empresas más arduas de las que el feminismo se ocupa. La lucha contra un derecho positivo patriarcal y reaccionario llevó tiempo y fue dura pero poco a poco el reconocimiento de la igualdad formal ante la ley fue consiguiéndose. En el marco del saber humanístico también las mujeres han conquistado su espacio , al promover estudios de género en los que la mujer es sujeto y objeto de estudio, con los que se han revolucionado los presupuestos metodológicos y los contenidos de muchas ciencias sociales, hasta tal punto que hoy en la academia dichos estudios ocupan un lugar de notable importancia.

    Sin embargo, algo se nos quedó a la zaga y no fue captado ni siquiera por quienes tenían la mirada bien adiestrada. En el mundo de las ciencias naturales (baluarte indiscutible del conocimiento moderno), fundamentalmente en el campo de la biología y la medicina se han llevado a cabo un gran número de estudios sobre problemas de la mujer (entendiendo el término mujer como sexo biológico). Por una parte esto se entendía como ocuparse de la mujer, hacer “visible” a la “invisible”, ocuparse de su salud y de su cuerpo (muchas veces olvidado o dejado de lado por el saber oficial). Primero fue la liberación sexual a través de la anticoncepción, tema polémico que no pasó desapercibido para muchas mujeres-feministas que se cuestionaron  ¿Cuál era el sexo que quedaba realmente liberado? Tal problemática remitía inexorablemente al tema de la maternidad, defendiéndose el carácter social y no natural de la misma, por aquellas/os que estaban concienciados con el tema de la igualdad entre los sexos. No obstante, otros temas no corrieron la misma suerte. Aspectos que se conciben como naturales, de carácter anatómico-fisiológico y propios del sexo -entendido este como un hecho desnudo sin contaminación social- comenzaron a ser objeto de estudio desde la ciencia oficial.

    La menarquia y la menopausia son, entre otros,  algunos de esos temas objeto de investigación. Nadie niega su “naturaleza biológica” pero si se oculta que su comprensión y explicitación también es social y cultural. ¿Por qué sino a la primera se la entiende como el anuncio de “ya soy mujer” y a la segunda se la identifica con “el ocaso y muerte de la feminidad”?.

    Uno y otro fenómeno enmarcan el inicio y el fin del período biológico en el que la mujer es fértil. ¿Pero es y debe ser la capacidad reproductiva lo que da sentido a la vida de una mujer? Esto nos vuelve a remitir al tema de la maternidad del que daremos cumplida cuenta en otro apartado de este trabajo.

3.1 YA SOY MUJER

    Volvamos ahora al tema de la menstruación y recorramos los significados que se asocian a su presencia y a su ausencia.

    Hasta donde llega nuestra información podemos decir que la práctica totalidad de la literatura en torno al tema que hemos consultado muestra un común denominador. Común denominador poco esperanzador para la mujer en tanto en cuanto nos revela como “patología”.

    Veamos las siguientes afirmaciones recogidas de un trabajo en el que se estudia el S.P.M.- síndrome premenstrual-.Como presupuesto inicial se baraja la siguiente tesis , a saber: casi la mitad de las mujeres- en torno a un 45% “se sienten gravemente discapacitadas por diversos síntomas 14 días al mes”7.  De esta afirmación tan tajante y escalofriante  parece deducirse  que entre los 15 y los 45 años las mujeres estaremos la mitad de nuestro tiempo paralizadas, inhábiles -entre otras cosas-  para el rendimiento laboral. Por si esta afirmación fuera leve, se le añaden las siguientes consideraciones :

    “Desde hace años existe controversia respecto a la influencia del ciclo menstrual sobre la percepción del bienestar de la mujer. Se discute sobre el origen de los cambios físicos y psíquicos que la mujer refiere durante el ciclo menstrual, o incluso si se trata de variaciones de un modelo normal o si estamos ante un modelo anómalo.

    El síndrome premenstrual se define por la presencia de tres de estos síntomas: depresión, irritabilidad, fatiga, distensión abdominal, relajamiento, cefalea, tensión, ansiedad, humor esquivo o sensibilidad en las mamas”8

        Para fundamentar sus afirmaciones en el trabajo que estamos citando se da una información detallada y rigurosa en la que se alude a diversos estudios estadísticos donde se refieren los siguientes datos:

    “En dos estudios retrospectivos realizados en Suecia compuestos por más de cien mujeres en edad fértil, la prevalencia de cambios cíclicos anímicos y/o cambios corporales fue del 73% (Hallman,1986)y del 92% (Amdersch,1986), respectivamente. Un estudio realizado en E.E.U.U. reveló que el 29% de las mujeres de raza negra y el 31% de las mujeres blancas padecían al menos un síndrome premenstrual (Stout,1986a),mientras que otro estudio demostró que el 95% de las mujeres se quejaban de un síndrome premenstrual negativo como mínimo (Stewart,1989). En un estudio que incluyó una muestra de lectoras de una revista femenina que se presentaron voluntariamente al estudio, el 62% se definió afectada por el S.P.M. (Warner,1990)”9

    Tras lo dicho y como única muestra de esperanza se describen diversos trabajos en los que con todo lujo de detalles se exponen las características de los diversos tratamientos que se ofertan a la mujer para paliar la sintomatología a la que hemos hecho referencia.

    Ciertamente no merecería especial atención este estudio que hemos analizado si no fuese porque el mismo se inscribe en una línea de trabajo muy fecunda. Una línea de trabajo que se orienta a demostrar que la menstruación se suele vivir asociada a toda una serie de síntomas patológicos. Con el fin de que pueda confirmarse esta aseveración, referiremos en las notas diversas referencias completas de trabajos10 planteados desde la perspectiva aquí mencionada.

3.2 EL OCASO DE LA FEMINIDAD

    Como todo “enfermo”, ya que así se considera a quién necesita de tratamiento paliativo, cabría suponer que la mujer debería desear sortear con la mayor rapidez posible los años de menstruación  y ahuyentar lo antes posible la presencia de todos aquellos síntomas que disminuyen su bienestar y su eficacia durante la mitad de su vida. No obstante, el panorama parece ensombrecerse mucho más -si cabe- con la llegada de la menopausia, precedida, como no podía ser menos, de lo que en la literatura al uso se ha dado en llamar el “síndrome pre-menopaúsico”.

    Si a nivel vulgar la menopausia11 se contempla como el ocaso de la feminidad, como un período de tinieblas que marca inexorablemente el inicio de la decadencia física y psíquica de la mujer, los estudios científicos sobre el tema  no hacen sino ensombrecer más  esta perspectiva. A la descripción de un sinfín de sintomatología negativa, por la que se anuncia el fin de la menstruación, se añade la prescripción de diversas terapias de diversos tratamientos farmacológicos que suponen una agresión al cuerpo de la mujer.

    Parece en definitiva que no hay nada  bueno en llegar lo antes posible a los 45 años; entre otras cosas y por si fuese poco se insiste en que este momento  la vida de la mujer se complica con toda una serie de avatares que hacen peligrar todavía más su equilibrio psíquico.  A la pérdida de la regla debe añadirse el hecho de que normalmente en ese período de la vida de la mujer suele acaecer el hecho de que los hijos abandonan el hogar, originando lo que en la terminología psicológica o psiquiátrica se conoce con el nombre del síndrome del nido vacío; es también frecuente que durante esos años la mujer pierda a sus padres, por la muerte de estos. A todo ello se suma el hecho de que la mujer debe aceptar definitivamente el vivir dentro de un cuerpo que poco a poco ha ido perdiendo frescura, belleza y juventud. Todas estas circunstancias naturales en el ciclo vital de una persona resultan patológicas en la mujer, por haber conformado su personalidad mediante el desempeño de la función maternal y sobre sus encantos femeninos. Ante esta patologización nos  formulamos una pregunta, que creemos que es de absoluto sentido común. ¿Qué experiencias rodean y marcan las vidas de los hombres cuando éstos cuentan entre 45 y 50 años? Es cierto que no se les va la menstruación que jamás han tenido. Pero, ¿no pierden ellos a sus padres?, ¿no se alejan de ellos sus hijos?, ¿no pierden prestancia y porte juvenil?’, ¿no sienten disminución o alteración del apetito sexual?

    Contestar de modo negativo a todos estos interrogantes sería negar la evidencia, contestar que si nos enfrenta al problema de tener que explicar el por qué en el caso del varón todas esa pérdidas no se viven como tan exageradamente traumatizantes y castrantes como en el caso de la mujer. La respuesta la hallaremos con notable facilidad si nos detenemos a analizar las pérdidas referidas. La primera de ellas la pérdida de la capacidad reproductora en ese período de vida es obvio que sólo incumbe a la mujer , pero además la incumbe de un modo muy especial en tanto en cuanto alude al aspecto que históricamente y por antonomasia dio sentido a la vida de la mujer. Pero, detengámonos, aunque sea brevemente, a analizar las otras  pérdidas referidas, para centrarnos luego en un estudio detenido sobre el tema de la maternidad.

     Entre las pérdidas más significativas aludíamos al hecho de que los hijos abandonen el hogar paterno/materno y a la posible muerte de los progenitores, hijos y padres son para la mujer no sólo un peculiar e intensísimo lazo afectivo son a la vez una razón y justificación de su existencia y de su quehacer diario. El cuidado, de niños y viejos, la crianza y la educación de la prole marcan el ritmo de la vida de muchas mujeres. Estas terribles pérdidas se inscriben en el ámbito privado y doméstico, feudo femenino por excelencia. Ambito en el que se administran los afectos y sus derivados que son los bienes que la mujer administra. El tema de la pérdida de la belleza y de la posibles repercusiones que el natural envejecimiento pueda tener sobre los apetitos sexuales puede ser aprehendido desde un esquema conceptual muy similar.


3.3 Y MIENTRAS TANTO MUJER Y MADRE

    El período de tiempo transcurrido entre la menarquia y la menopausia constituye el tramo del ciclo biológico en el cual la mujer es fértil. Esta posibilidad de hacerse madre que la naturaleza ofrece a la mujer, ha sido uno de los aspectos fundamentales a la hora de pensar y conceptualizar la identidad femenina.

    Mujer, madre y naturaleza han configurado la tríada de elementos que desde la modernidad clásica hasta hace pocas décadas, servían para definir lo que era y debía ser la identidad femenina. El feminismo teórico-práctico rompedor de estereotipos y asumiendo como objetivo la liberación de la mujer no dejó pasar la posibilidad de incluir como uno de sus objetivos básicos el repensar la “maternidad”.  Esta reflexión sobre la maternidad reveló que la labor maternal no se limitaba al ejercicio de aquellas funciones que necesariamente ha de realizar la mujer como son la gestación, el parto y los primeros cuidados del/de la recién nacido/a, sino que aparecían asociados a esa función otros quehaceres como la socialización, la educación de la prole, los cuidados de las personas débiles, enfermas o ancianas, las tareas domésticas...etc.  Este análisis ponía al descubierto que dentro del fenómeno de la maternidad, se incluían diversos aspectos de carácter social que podían ser asumidos indistintamente por cualquiera de los dos sexos o incluso distribuidos de modo equitativo o igualitario entre la madre y el padre.

    Reconocer que la maternidad implicaba aspectos que socialmente se habían asociado a la mujer sin causa biológica que lo justificase no clausuró el debate en torno al tema. Teóricos de diversos especialidades suscribiendo ciertos paradigmas científicos, ejemplo significativo de los cuales es la sociobiología, se resistieron a aceptar sin más que parte de las tareas maternales podían ser indistintamente asumidas por uno u otro sexo. Utilizaron sus hipótesis biologicistas para poner de manifiesto que algo por naturaleza hacía a la mujer mostrarse como más capacitada para el ejercicio de la crianza

y del cuidado de la prole; dotes como la ternura, el afecto, la paciencia... parecían estar inscritas en el código genético femenino y estar ausentes de la dotación psicofisiológica del varón. Tales tesis han sido utilizadas por quienes desean que se prorrogue la distribución sexual del trabajo, sin que se desarticule la radical separación entre lo privado y lo público. No obstante son otros debates los que merecen nuestra atención.

    Veamos brevemente como se ha desarrollado el debate en torno a la maternidad en el seno de la teoría feminista12. Una teoría esta plural y controvertida que acoge en su seno diversas corrientes con enfoques diferentes entre sí. En este marco el debate en torno a la maternidad ha favorecido diversas posturas. Posturas claramente enfrentadas pero con un denominador común: la huida de cualquier planteamiento esencialista y reificador.

    Incluso las defensoras de posturas feministas desde las cuales se identifica mujer y madre- como pueden ser algunos de los feminismos de la diferencia, entre los que cabría destacar el movimiento feminista radical y lésbico americano_ no dejan de plantear el problema de un modo claramente rupturista respecto al enfoque patriarcal clásico. Para tales teóricas la maternidad no cabe entenderla ni como obligación ni como pacto de sujeción sino como espacio de poder. Esta visión de la maternidad como espacio de poder no se constituye a través del estereotipo de la mujer como ama o dueña de la casa, como dominadora del espacio doméstico sino que el poder del ejercicio maternal se muestra en términos de autoridad ejercida sobre toda la especie, en tanto en cuanto la madre es la autoridad reconocida que conforma y modela el proceso de socialización-moralización de los niños y las niñas durante los primeros años de vida.

    En lo que concierne al estudio del tema de la maternidad en el ámbito de la teoría feminista si hay alguna voz peculiarmente dotada y autorizada es la de las psicoanalistas,  entre las que destacan los análisis de Dinnerstein13 y

Chodorow14. Estas teóricas enfocan el tema de la maternidad ensalzando el significado teórico de la autoridad de la madre e intentando desde el propio psicoanálisis resarcir a las mujeres del injusto trato que les había dado el padre del psicoanálisis. La mujer castrada y castrante que dejaba en herencia a su hija todas sus frustraciones interiorizadas durante el período de conformación de su identidad, aparece ahora bajo una nueva simbología que la entroniza como simbolo primero y generador de toda una genealogía de mujeres.

    Nancy Chodorow tuvo a bien unir en un lazo irreductible a la madre y a la hija en un proceso en el que la identidad de la niña se desarrolla sin sufrir ningún tipo de ruptura traumática, al tener en su madre la autoridad de quién la cuida y la educa unido al hecho de que es su madre a la vez quién le transmite las pautas de conducta y la imagen adecuada para su paulatino desarrollo como mujer, aunque esto también tiene como consecuencia que las fronteras de su ego no quedarán perfectamente delimitadas. Dinnerstein fue más allá reproduciendo el esquema psicoanalítico clásico pero contraviniendo los principios en los que éste se fundamentaba. Para esta autora la ruptura entre la madre y su hijo, con la consiguiente identificación entre el padre y el niño, no es el origen de un proceso en el que el niño va reconociéndose como el que podrá en un futuro detentar el poder tal y como ocurre con su padre, asumiendo una personalidad autónoma e independiente, sino que es más bien el inicio de una huida sin fin; una huida de la autoridad ejercida por las mujeres. Mujeres que el identifica con su madre, la que ejerció sobre el la autoridad durante sus primeros años de vida.

    En este nuevo retrato de familia hay algunos aspectos claramente preocupantes, al dibujarse un mundo en el que deberán coexistir dos sexos cuyo desarrollo parece concebirse siempre en términos antagónicos.

    Sin embargo una lectura detenida de los trabajos publicados por las feministas que se inscriben en esta línea psicologicista, en la que incluiríamos 

además de a Chodorow y a Dinnerstein a autoras como Gilligan15 y Benhabib16, nos permite descubrir una perspectiva novedosa e integradora.

    En realidad los trabajos de estas autoras no muestran más que los efectos que para el desarrollo de los/as niños/as tiene el hecho de que durante sus primeros años de vida la persona que de ellos se ocupa casi en exclusiva es la mujer, transmitiendo ineludiblemente y de modo sesgado los estereotipos d género que están institucionalizados. Este hecho  pone en evidencia la necesidad de que para que se de un equilibrio en los valores y las normas a transmitir por el adulto al niño lo más adecuado es que las dos figuras parentales cobren un significado efectivo y asuman su mutua responsabilidad en el cuidado de los/as niños/as. Es probablemente este el modo más adecuado de que se vayan  desdibujando las fronteras entre los estereotipos de género.

4 A MODO DE CONCLUSIÓN
    Algo sigue fallando a la hora de enfrentar la identidad femenina. Hemos conseguido que se perciba nuestra presencia pero no estamos dispuestas a que nuestra presencia se haga significativa en términos negativos.

    Pensar la identidad femenina desde, por y para las mujeres es una tarea interminada que ofrece problemas a cada paso, como es el resistirse al conocimiento incluso científico y contravenir muchas de sus máximas. No obstante, es a la vez la tarea más apasionante para quién se siente digna dentro de un cuerpo de mujer (valorando las múltiples experiencias que nuestra corporalidad nos aporta) y no atrapada en él.

    Esta tarea es un trabajo crítico-reconstructivo, que nos obliga a enfrentarnos a prejuicios y a estar vigilantes al entorno sociocultural, pero que a la vez nos exige dar paso a la construcción de un nuevo orden simbólico que nos permite mostrar con orgullo lo que es y debe ser un mundo en femenino.
   

    Es posible que en el transcurrir de esta tarea podamos enfrentar sin miedos, traumas o prejuicios nuestra vida en un cuerpo de mujer. Comprender nuestro ciclo vital. Un ciclo este, que nos va abriendo y cerrando el camino hacia elecciones que no son exclusivas o esencialmente determinantes. Saber de las posibilidades y decidir como y cuando quiero utilizarlas, con libertad y responsabilidad es lo importante. Mujeres somos desde el día  que nacemos hasta el que tengamos que morir, no más en una etapa ni menos en otra, sino diferentes en cada momento tan diferentes como lo somos las unas de las otras.
   
NOTAS
1 Sau,V: Ser mujer: El fin de una imagen tradicional. Icaria, Barcelona,1986,pp 59.
2 Lerner,G: La creación del patriarcado. Crítica, Barcelona, 1990, pp 339.
3 Lerner,G: Opus. Cit, pp, 340-1.
4 Muraro,L: El orden simbólico de la madre. Horas y Horas, Madrid, 1994.
5 Para el estudio de mujeres que se han separado del modelo de género femenino vigente y han actuado como de-generadas, como mujeres sin género, ver: Rivera,M: Nombrar el mundo en femenino. Icaria, Barcelona,1994.
6 Sau,V: Opus cit, pp 68.
7 Torbjörn, B. y Ulla-Britt E.: “ La influencia del síndrome premenstrual en la familia, la vida social y el rendimiento en el trabajo. Instrumentos para evaluar su gravedad”. En Quadern Caps , Nº 21, 1994,pp 49.
8 Ibidem
9 Ibidem
10 Entre los múltiples trabajos que abordan desde un punto de vista científico-clínico el tema de la menstruación destacaríamos: Sullerot,E: El hecho femenino. ¿Qué es ser mujer?. Argos Vergara, Barcelona,1979. Kaplan,L.J: Adolescencia. El adiós a la infancia. Paidós, Buenos Aires,1986. Lopez,F y Fuertes,A: Para comprender la sexualidad, E.V.D. Navarra,1990. Sullerot,E: Mujer y calidad de vida. Ciba-Geiby, Barcelona, 1991. Gomez,J y Martinez;J.Mª:Psicobiología del ciclo menstrual. U.N.E.D., Madrid,1991. Blechman,E.A. y Brownell: Medicina conductual la mujer. Martinez roca, Barcelona,1992. Fasego: La dismenorrea. Boots Pharmacenticals,S.A. V.H.S. 23´,1995.
11 Entre los múltiples trabajos que abordan desde un punto de vista científico-clínico el tema de la menstruación destacaríamos:  Priest,R.G: Transtornos Psicológicos en Obstetricia y Ginecología. Tray, Barcelona,1987.Palacios,S: Climaterio y Menopausia, Mirpal,1992.Sand,E: Sexo, mentiras y menopausia. Grijalbo, Barcelona,1995.


12 Para conocer el estado de la cuestión sobre el tema de la maternidad en el seno de los modelos teóricos feministas, recomendamos que se vea: Osborne,R: “La nueva definición de la mujer como madre” en Osborne,R:La construcción sexual de la realidad. Ediciones Catedra,Valencia,1999.
13.Vease: Dinnerstein,D: The Mermaid and the Minotaur. Harper & Row, New York, 1977.
14.Vease: Chodorow,N: The Reproduction of Mothering. The University of California Press, Berkeley y Los Angeles,1978. Versión española: El ejercicio de la maternidad. Gedisa, Barcelona,1984.
15Guilligan,C: In a Different Voice. Psychological Theory and Women´s Development. Harvard University Press, Harvard,1982. Versión española: La moral y la teoría. Psicología del desarrollo femenino.F.C.E, 1985.
16 Benhabib,S: Situating The Self. Cambridge University Press, Cambridge,1992.


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