Leyendo entre renglones


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Foto: alattkeva (Herramienta)
Si no entendiéramos las palabras y no nos entendiéramos carecerían de efecto, serían como el paso de manadas de ideas a través de un pensamiento inservible que las pastorea. No se entenderían las razones que nos hacen especiales... Si estamos asustados o impresionados por lo que desconocemos de sus sonidos, como si escuchásemos una pequeña burbuja de aire bajo el agua, siendo peces o ranas, deseando respirar dentro de ella y asfixiándonos ante lo que nos envuelve fuera... ¡Aire!... Sin saber cómo utilizar tan eficaz herramienta... ¿De qué le valdría al ser pensante su éxito sin esos que lo leen, escuchan, entienden, comprenden y lo tienen en cuenta aunque no sea un amigo y sí un admirado ser humano por cómo lo hace de bien y consigue beneficiarse de ser un  gran comunicador. 

Jugaré un poco con el surrealismo:
Las palabras son como ideas sin conciencia si no se las educas y  aprietas las riendas siempre van desbocadas como yeguas salvajes, precipitadas, llevándose a todas las demás que pillan por delante o se beben el aire de las que califican de sospechosas e insensatas. Derriban con violencia los renglones abriéndose paso en la nada de sus convicciones y, alzadas en su desordenado apetito de ser algo más, menosprecian la libertad de otros criterios, ultrajan los sonidos si osan balbucear sobre la injusticia de su estilo de reflejar todo cuanto les venga en gana, a quienes demandan una explicación o desean igualmente  expresarse por tener criterios y la cincha bien puesta...
Las palabras, son crueles si las manejan aquéllos que desean cargarse a un competidor bien armado o, un imbécil con ganas de hacerse el listo.
Ellas  empujan y derriban si es posible con violencia abriéndose paso y hacen añicos las razones ajenas, abusan de su fuerza expresiva o debilitan a las que ofrecen resistencia dando miedo. Aterrorizan sus insanas acciones para quitarse de encima sombra. Si les parece, se despachan a gusto y ultrajan sin piedad no dando ocasión a exponer otras razones que las convenzan de su equivocación, procediendo sin miramiento alguno, cuidado o respeto, llevándose a su paso todos los inconvenientes  que puedan frenar uno solo de sus pensamientos y, cuando lo hacen, oprimen, abaten, encasillan, segregan, odian, dañan y rompen el tejido social y humano de esas otras infelices sin ninguna fuerza para estar en la palestra de los mejores oradores o de los más persuasivos o convincentes comunicadores; de esos otros que no tuvieron nunca la oportunidad de expresarse o de hablar en libertad, porque hay palabras que se creyeron pensamiento único.

... Resentidas por las misiones que las damos pueden acarrearnos muchos disgustos y convertirse en dictadoras, criminales y asesinas en el medio en que son manejadas. Saben bien que fueron creadas antes que la Vida y se sienten muy seguras de sí mismas porque aún son el eco de su big bang  y rebotan en la piel de los hijos de Dios, atravesando su pequeño universo donde reside su fuerza. Pero también se cansan de quienes las utilizan a diario, de los que van murmurando a escondidas su desdicha de ser esclavos de ellas; acaso llorando manantiales de verbos y versos sin razón aparente o con ella... Pero van llenas de una gloria interna por haber amado que sólo la sabe el mismo dueño de su infinito dolor por haber sido cautivo de sus emociones; lloran hacia dentro y se duelen aterradas de los que vociferan  aquéllas otras que no supieron frenar su lengua, hasta convertirse en cuervos y crascitaron en los oídos sordos y mudos de sus creadores, deseosas de medirse con los astros y pulverizar las estrellas más enanas.
Ellas siempre quieren compararse con el discernimiento de los hombres y bullen en las ideas, centrifugando toda lengua y se engullen de gramática parda si es preciso para convencer a los que las ignoran el sentido que llevan; se atragantan en sus gargantas hasta babear o vomitar blasfemias.
Hacen su  espectáculo y se aquietan entre los murmullos de los pocos que las escuchan, pero como conocen a esas otras palabras que se humillan y temen perderse ocasiones condenan a sus conciencias y aceptan el doble juego de los silencios, pero eso sí metidos en sus caparazones para evitar decir "esta boca es mía"... Hablan  o se expresan  con  prudencia para no ser de las palabras señaladas por rebeldes y son obedientes ratoncillos de Hamelín al sonido de un pentagrama de fonemas armónicos o, escogidos y  designados como resignados oyentes de largas peroratas de quien mide y aprueba a diario cuestionando su fidelidad, si las acusa; por defender su derecho a servir a su propia libertad de expresión.
Pero no, ellas mismas se tragaran lo que se atreviesen a opinar porque seguirán siendo  como un rebaño de mosquitos alrededor de los ilusos sueños, esperando su carnaza.  No sabiendo qué hacer, sin poder beber de ese manantial de sangre que las instruye, morirán o caerán en el vacío absoluto del mismo silencio que no las dejó nunca ser más de un seco vacío por conocer que no hay más paz para el ser humano  que cuando muere y calla para siempre. Han conseguido vencer a los que se descuidan o dejan su arrogancia muda para siempre si consiguen succionar a todo lo que las nutre de los descuidados seres que las hacen fuertes con sus ideas.  El poder de las palabras propias o ajenas, si se educan, sólo sirve a quienes las explotan para verse reflejadas en el ego de unos pocos individuos capaces y originales de juntar sintagmas. Los que puedan llegar a servirse con éxito y perfección de su lenguaje y sobre todo de su creatividad. La magia de las palabras es como la materia viva que trae cada ser humano dentro. Su alimento para sentir y amar. Como de quien lee entre renglones y pasa por ellos pastoreando el eco que le llega con el viento. ...


A. Elisa Lattke Valencia

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