La lejanía (cuento)



Y cuando las sombras corrían hacia los montes, la niña las siguió llena de curiosidad corriendo detrás de ellas. "¡Quería ver, ver, ver!" -decía a las sombras... Ver adónde se dirigían, porque por nada del mundo quería dejar que se escapará la luz, sin contemplarla hasta el final, para poder ver cómo se convertía en celajes al atardecer. 
Corría hacia el privilegiado mirador donde terminaba la montaña. Y allí arriba, desde la altura, extasiada, contemplaba cómo intentaban abrazarse a los montes los últimos celajes multicolores del día, mientras se diluían por el horizonte escondiéndose detrás de las montañas.

Más allá, en el mar donde otras miradas humanas también las contemplaban, se transformaba su mirada en nostalgia... Recuerdos de la vida y de las gentes que se fueron para nunca más volver. Hasta que la luz se apagaba y sus ojos se llenaban de lágrimas por la emoción. Permanecían abrazados y se besaban aquéllos seres que veían las bellas tardes de todo ocaso. Se consolaban mutuamente y seguían con sus faenas diarias, recogiéndose en sus hogares, lo mismo que los celajes que se apagaban en los atardeceres.
Y como brillantes puntos luminosos suspendidos de la bóveda del cielo, convertida en millones y billones inconmensurables de estrellas, la Luz contemplaba el mundo. Y todas las miradas de la Creación agradecían a Dios tanta belleza dada. Era, es y seguirá siendo, como un milagro estar en la Vida cada día.

También, las sombras y la niña se quedaron allí en lo alto, hasta que dejó de brillar el sol. Entonces, las sombras la abrazaron, las ranas y los grillos cantaron una nana y la niña en sus sueños, seguía corriendo detrás de las últimas luces del día, buscando el escondite de la Luz, hasta que llegó el alba y el sol volvió a lucir esplendoroso. Las sombras ya no estaban, se habían disipado con la luz solar.
Allí, asomado al horizonte, estaba colgado el Astro Rey, la más grande estrella del sistema planetario, para ver cómo la Tierra giraba a su alrededor. Pero se encargó de despertar a la niña, invitándola a ver esa misma lejanía de donde él procedía. Allí donde se van perdiendo los sueños del mundo.  ¡Y fue cuando la niña pudo por fin abrazarse a la lejanía! ... ¡ A los verdaderos sueños de la Luz! Como una reina más de todas las estrellas, se quedó para siempre fundida en lo que más quería y buscaba.
A veces, se asoma y ve el monte y a las sombras correr cada tarde... Pero esta vez es a ella que quieren ver para saber dónde se encuentra y si por fin es feliz. Desde ese lugar escucha a los grillos con su cri cri y a las ranas croar, hasta que vuelve a quedarse dormida en el regazo de Dios.


("Ranita" es: alattkeva)

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