Don Manuel Machado el Poeta y hermano del otro, Don Antonio...


Los hermanos Machado y las dos Españas


Dos Poemas de Manuel y otro dos de Antonio

Encajes (Manuel Machado)
Alma son de mis cantares,
tus hechizos...
Besos, besos
a millares. Y en tus rizos,
besos, besos a millares.
¡Siempre amores! ¡Nunca amor!
Los placeres
van de prisa:
una risa
y otra risa,
y mil nombres de mujeres,
y mil hojas de jazmín
desgranadas
y ligeras...
Y son copas no apuradas,
y miradas
pasajeras,
que desfloran nada más.
Desnudeces,
hermosuras,
carne tibia y morbideces,
elegancias y locuras...
No me quieras, no me esperes...
¡No hay amor en los placeres!
¡No hay placer en el amor!
España[1] Manuel Machado
  
Como ola irresistible, los corceles
de Arabia corren por la España toda,
y bajo un mar de blancos alquiceles,
se hunde la vieja monarquía goda.
De las risueñas márgenes del Turia,
a las enhiestas cumbres de Cantabria
¿quién detendrá la musulmana furia?
¿Quién, de la Fe cristiana
asistido no más con fiero brío,
encenderá en la noche la mañana,
echará atrás el río
y hará del vendaval la injuria vana?
Un hombre fue, sobre el peñasco ingente
que la ayuda de Dios hizo sagrado...
¡Pelayo! ¡Covadonga! Allí, impotente,
cayó el esfuerzo musulmán, domado.
Allí la mar y el río en su carrera
cesaron invasora.
Allí en la noche se engendró la Aurora
¡y allí nació la España verdadera!
¡España, España, en el crisol fundida
de ocho siglos guerreros,
bastión de Europa, en ellos defendida
de la oriental barbarie de los fieros
africanos... España fuerte y pura,
celosa de las patrias libertades,
España de Rodrigo y de la Jura,
España militar, España dura,
España de las yermas soledades! [36]
Pastora en la montaña, labradora
en los valles profundos...
¡España aventurera y soñadora,
a caza de imposibles y de Mundos!
¡España de la gesta bizantina!
España de los nobles comuneros;
España de la gracia levantina,
España de los vascos marineros...
España campesina y traginera.
España de castillos y leones.
¡España de los fuertes galeones,
que siguieron al Sol en su carrera!...
Envío (Manuel Machado)
Si alguien pregunta un día
qué hizo España, decid: Resistió al moro,
redondeó la Tierra, y trajo el oro
de donde el Sol poniente lo escondía.
Todo eso fue, y pasó... No importa.
Pero, mañana, –¡hoy mismo ya!– nadie se oponga
a que grite valiente a los destinos: «¡Quiero!»
Y a que ese «quiero» sea su nueva Covadonga.
Los conquistadores
Como creyeron, solos, lo increíble
sucedió; que los límites del sueño
traspasaron, y el mar, y el imposible.
...Y es todo elogio a su valor, pequeño.
Y el poema en su nombre. Todavía
decir Cortés, Pizarro o Alvarado,
contiene más grandeza y más poesía,
de cuanto en este mundo se ha rimado.
Capitanes de ensueño y de quimera,
rompiendo para siempre el horizonte,
persiguieron al sol en su carrera.
Y el mar –alzado hasta los cielos–, monte
es, entre ambas Españas,
sólo digno cantor de sus hazañas
Con toíto lo que puede
el Señor del Gran Poder,
me dijo que no podía
curarme de tu querer.
¡Ay Maresita del Carmen!
¡Qué pena tan grande es
estar juntito del agua
y no poderla beber!


POR TIERRAS DE ESPAÑA (Antonio Machado)

El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.

Hoy ve sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.

Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.

Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pòmulos salientes, las cejas muy pobladas.

Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.

Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.

El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.

Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
—no fue por estos campos el bíblico jardín—;
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.


A UN OLMO SECO
Al olmo viejo, podrido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas, de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

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